50 años de El mundo de Juan Lobón
En 1967, Luis Berenguer, escritor gallego afincado en San Fernando (Cádiz), publica la que sería su obra cumbre, El mundo de Juan Lobón, el relato en primera persona de un hombre arraigado al monte, un cazador que subsiste de lo que le brinda la propia naturaleza, que obtuvo el reconocimiento del Premio Nacional de la Crítica en 1968. Sin embargo, en estos cincuenta años, la memoria de Berenguer y su obra han ido siendo sepultadas pese a los esfuerzos de entidades como la Academia de San Romualdo de Ciencia y Letras de San Fernando, algunos de cuyos académicos fueron discípulos del escritor, y críticos literarios como Ana Sofía Pérez-Bustamante, quien además de diversos estudios publicó una reedición crítica del texto en la colección Letras hispánicas de la editorial Cátedra.
La historia de Juan Lobón se sitúa entre los años 40 y 60 cuando empiezan a desarrollarse las leyes contra el furtivismo, término con el cual se designa a aquellas personas que sobreviven de la propia naturaleza y los cuales comienzan a ser considerados delincuentes, mientras los territorios en donde ejercen su supervivencia adoptan la categoría de cotos privados en donde la caza se ejerce de manera deportiva por una élite burguesa y creciente. El protagonista se defiende en más de una ocasión argumentando que entre los furtivos existen leyes no escritas de no matar a piezas hembras ni cachorros, que son ellos los que cuidan de la naturaleza puesto que es ella quien les ofrece manutención e incluso hogar, al contrario que quien mata como deporte a todo animal que se mueva, macho, hembra o cachorro, poniendo en riesgo de esa manera la supervivencia de la especie.
En El viaje de don Quijote, escrito por el leonés Julio Llamazares y publicado por el sello de Alfaguara, curiosamente la misma casa que editó la obra de Berenguer, al hacer referencia sobre la parte andaluza de las andanzas del ingenioso hidalgo, dice Llamazares: “los latifundios ocupan gran parte de ellos, consecuencia del reparto de las tierra que los reyes hicieron entre las órdenes militares y otras personas influyentes, aristócratas y nobles principalmente, a medida que los iban reconquistando a los árabes para que los repoblaran y defendieran. Muchos de ellos son cotos de caza exclusivos para el disfrute de cazadores que pagan fortunas por participar en las monterías que sus dueños organizan, salvo que sean sus invitados, que suelen ser gente vip o de la realeza europea”.
Efectivamente, el himno que cantan los políticos andaluces cada 28 de febrero pidiendo tierra y libertad hoy en día no es más que una falacia, ya que siendo nuestra autonomía rica en hectáreas de tierras y parques naturales, gran parte de esta riqueza natural se encuentra en manos privadas, no hay más que darse una vuelta por algún sendero del Parque Natural de los Alcornocales para ver que, en nuestro recorrido, siempre nos acompañará una valla protectora que nos avisa de que atravesarla es adentrarse en un coto privado de caza perteneciente a alguna de las múltiples fincas, que se adueñan de un entorno que debiera ser bien común para el pueblo recibiendo a cambio unas migajas en forma de puestos de trabajo a cargo del señorito del cortijo y unos pocos espacios para el disfrute y el ocio.
Tal y como denunciaba Berenguer en su obra, Juan Lobón hoy en día seguiría siendo un delincuente mientras ya estamos acostumbrados a ver fotos de nuestros dirigentes, de uno u otro color, haciendo penosas exhibiciones con los últimos trofeos de sus monterías.
La tierra en Andalucía no es libre como tampoco lo es el pensamiento ni la historia de la literatura, de lo contrario, en este 50 aniversario de la publicación de El mundo de Juan Lobón, todos deberíamos estar celebrando la obra de una de las plumas más excelsas que ha dado nuestra lengua en vez de condenarlo al más ruin de los olvidos.
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