¿Por qué celebrar el Día de la Mujer?
El que aún se discuta la necesidad de celebrar el Día Internacional de la Mujer me parece absolutamente increíble a estas alturas del siglo XXI. Así, sin anestesia. Existen ingentes fuentes de información, tanto tradicionales —periódicos, televisión, revistas, charlas, conferencias, radio, etc.— como digitales —webs temáticas, prensa, cursos online entre los que están los MOOCS, gratuitos y por tanto de fácil acceso a toda la ciudadanía—, a los que acceder para investigar el porqué de marcar cada 8 de marzo en el calendario como Día de la Mujer y conocer las acciones que se articulan cada año en torno al mismo para ponerlo en valor.
Ah, pero… ¿hay quien aún cree que dicha celebración no es legítima y se trata de una frivolidad de unas locas feministas? Pues sí, tristemente, así es. Y digo tristemente no solo desde mi condición de mujer, sino de persona. No es de recibo que alguien diga, indignándose, que «para cuándo un Día del Hombre». A mí me ha pasado. Y con paciencia infinita, he explicado que el Día del Hombre —de las personas, en general, para ser más exactos— se celebra los restantes 364 días del año. Que lo que se pretende cada 8 de marzo es reivindicar la figura de la mujer, sometida durante siglos al heteropatriarcado, primero bajo la figura paterna y de los hermanos varones, y posteriormente al del esposo e hijos, y, si me apuran, incluso nietos. Es un día de reivindicación, de alzar la voz, de visibilidad, de decir: «Estamos ahí y queremos que se nos tenga en cuenta».
Y es que la mujer, durante siglos, veía reducida su existencia al ámbito privado. El espacio público se reservaba para el hombre, con lo cual las acciones que ella podía emprender en campos como la cultura, el saber científico, la política, etc., se quedaban en casa, en el ámbito de lo doméstico, llegando a ver cómo se silenciaba su nombre en favor del de su marido o hermano. Y lo que no se ve, no existe. Un caso muy significativo es el de María Lejárraga, que escribió decenas de obras literarias que fueron firmadas por su marido, Gregorio Martínez Sierra, cuya obra más popular es Canción de cuna (1911), llevada al cine por José Luis Garci en 1994. Nadie sabía entonces que de la mano de María salían aquellos textos y hoy se puede afirmar que prácticamente la totalidad de la obra de Martínez Sierra es de María, entre ellas la citada Canción de cuna. Era una mujer; era invisible.
Otro caso que parece increíble (pero es cierto), es el de Camille Claudel, la bella escultora discípula primero y amante posteriormente de Auguste Rodin, autor de esculturas tan emblemáticas y hermosas como El beso o El pensador. Muchas de las obras atribuidas a Rodin nacieron del talento de Camille, que ha llegado a ser catalogada por algunos expertos como mejor escultora que el maestro francés. Pero ella no obtuvo el reconocimiento que, afortunadamente, se le está dando en las últimas décadas. Era una mujer. También era invisible.
Por desgracia, aunque estemos en 2017, el papel de la mujer, aun habiéndose hecho mucho más preponderante que en el siglo pasado, queda relegado a una presencia simbólica en puestos directivos o en muchos del ámbito de la cultura, la ciencia o el deporte, por poner algunos ejemplos. Por eso, entre otras razones, es necesario celebrar cada año, a modo de reivindicación, el Día Internacional de la Mujer. Para que nosotras, de una vez y para siempre, logremos dejar atrás esa capa de invisibilidad que nos ha domeñado durante siglos.
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