O recluta Cañete
El recluta Cañete fue el recluta más patoso que pasó jamás por el cuartel de al lado de la ronda de circunvalación de Sevilla. Se licenció en el año 73. Entró tarde porque cuando hizo la prueba pensaron que tenía cierto retraso o que no se podía ser tan tonto, tardaron varios años en discernir esa duda. Quizás por eso, cuando hizo finalmente la mili, el Sargento Sánchez observó que lo mejor sería no enseñarle a disparar, porque a saber: Tenía tres opciones: En primer término, enseñarle a disparar y que en el camino del aprendizaje sucediera una desgracia; en segundo lugar, tenía una duda sobresaliente sobre la capacidad del recluta de llegar a aprender y al Sargento Sánchez nunca le gustó perder el tiempo; la última, y quizás la más tenebrosa opción, es que el recluta Cañete aprendiera a disparar y usara sus conocimientos contra vaya usted a saber qué cosa. En cuanto a ulteriores descripciones, el recluta Cañete se definía como “un tío cojonudo, y además de Barreiro, provincia de Galicia”. Era alto, ninguna moza pudo decir nunca que fuera feo y tenía un miembro viril del que presumía a menudo mostrándoselo al que dudare «por si quiere usted una prueba».
Durante los años que vivió, Cañete se fue dando cuenta, poco a poco y sin demasiada certidumbre, de que con aquel sargento suyo de la mili le había tocado la lotería: El sargento era un buen tipo. Quizás porque tenía un hijo que también era un poco así comprendió que para aquel recluta lo mejor sería un visto y no visto: No había ningún tipo de guerra cerca, Franco se moría y hacer la mili empezaba a tener poco sentido. Aquel cuartel era ya una fábrica de hombres que no se dedicarían a eso. Este relato que les cuento narra cómo aquel recluta se licenció tan sólo en cinco meses, y para ello debo remitirles a la conversación que el Sargento Sánchez y el Coronel Hernández tuvieron en el despacho del último.
-Mi coronel, tengo un hombre tan irremediablemente tonto que lo mejor es que se licencie cuanto antes y nos deje en paz.
-Nadie se puede licenciar así como así, Sargento.
-Este hombre no puede ni desfilar, mi Coronel.
-No será tan tonto.
-Yo no apostaría, mi Coronel.
-¿Tan tonto es, Sargento?
-Para que vea, mi Coronel: Ayer en la ducha, los chicos de la compañía estaban hablando sobre sitios raros para hacer el amor: Uno dijo:
“-Cañete, ¿Cuál es el sitio más raro en el que lo has hecho?
-Murcia” –respondió.
-¿Pudo saber el por qué de este pensamiento, Sargento?
-Cañete observa que, como él viene de Galicia, de la parte más bien Atlántica, el mar en Murcia le queda al otro lado:–“por levante, y así no hay quién folle, porque el mar tiene que estar por poniente”-dijo textualmente, perdóneme el vocabulario, mi Coronel.-“Para foder, hay que foder con el mar en su sitio”.-dijo.
-Santa Madre del Señor. Es imbécil, es cierto que es imbécil, pero no lo veo suficiente.
-Mi Coronel, entonces déjeme contarle lo que ha ocurrido recién esta mañana.
Comenzó, entonces, a relatar el Sargento.
Como le decía, dada la falta de talento militar del recluta Cañete, le encargué que se ocupara de los jardines del cuartel, cosa que se le da bastante bien. No se sabe cómo, el recluta Cañete tiene cierta mano con las plantas, así que se pasa el día regando, escarbando agujeros para taparlos posteriormente y cuidando de que todo esté más o menos bien.
En esas estaba hoy, a sus asuntos, cuando un voluminoso gato asomó su exuberante cuerpo por el poyete de un edificio cuyos jardines Cañete, en ese momento, arreglaba. El gato se paseaba como si aquello fuera suyo, desafiante felino que poseía con la mirada todo lo que tenía entre ceja y ceja, andaba elegante por el poyete de la azotea de ese edificio de tres plantas. A Cañete los gatos le dan un no sé qué por la espina dorsal -dice-, máxime si son negros, como aquel, así que en cuanto le vio empezó a murmurar: -Cago’n dios un gato… Si no se va subo, cago’n dios que subo.- Para seguir su soliloquio con un no menos profundo:- Ay, gato, porque estoy aquí a obedecer que si no me ibas a mirar de esa manera.– Y terminarlo con un vocativo resolutorio:- Ay, gato, si subiera te ibas tú a enterar tú de lo que es un tío de Barreiro…– En esas me percaté de qué decía. Después de mirar con cierta satisfacción el trabajo que Cañete realizaba murmurando entre dientes giré mi cabeza hacia el edificio, cuya puerta no estaba ni a dos metros de donde estábamos, total, que por recompensar el buen trabajo de Cañete le dije:
-Cañete.
-Mande, mi Sargento.
-Ande, a ver si coge usted al gato ese que después se pone todo el cuartel perdido y el que se la carga soy yo.
-Ahora mismo.- Estaba con las orquídeas y justo había retirado una piedra para la buena crianza de las flores, agarrando la piedra, miró al gato como quien mira a una meta. Yo pensé que no se atrevería, craso error. Cañete cogió carrerilla y lanzó la piedra puntiaguda contra el gato cuyo pecado mortal fue pasar por el centro de la diana de la bestia parda que es el recluta Cañete. El pobre gato cayó a plomo hacia el suelo de la azotea. –Cago’n Dios, ¡Soy una máquina de matar! ¡Una máquina de matar, Sargento! ¡Me van a ascender directamente a Marine de los Estados Unidos de América, oiga! ¡Máquina de matar, lo llevo en la sangre, cago’n Dios! -A lo que yo respondí: -Recluta Cañete, es usted tan cojonudo que se licencia ahora mismo. Recoja sus cosas, que yo me encargo de los papeles. -Y heme aquí.
Tras terminar la explicación, el Sargento reafirmó su teoría:
-Mi Coronel, ha hecho un disparo bueno en su vida, el del gato, y ha dicho que le deberían de ascender directamente a Marine de los Estados Unidos de América.
-Está bien, que se largue. De desfilar bien, ni hablamos, ¿no?
-Mi Coronel, creo que lo mejor será que desfile en silla de ruedas. A Cañete le cuesta terriblemente el poner un pie delante de otro, imagínese ordenadamente, imagínese en coordinación con sus compañeros. Para desfilar es necesario un mínimo de conocimiento sobre qué es adelante y qué es atrás del cual el recluta Cañete carece. Es muy torpe, es tremendamente torpe y podría estropear el desfile no sólo estéticamente andando como un pato o saludando a alguna moza que vea, sino arrollando a sus compañeros.
-Así sea.
Cuando llegó a Barreiro le esperaba su madre, fue el primero de su pueblo en licenciarse en cinco meses y el primero de España en jurar bandera en silla de ruedas:
-Demasiado potencial para un país que ni va a Vietnam ni nada, madre.- Le explicó.
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