La tiranía del débil; unas pocas canciones sobre la empatía
Han pasado ocho años. Yo estaba a punto de dejar Granada. Él era un recién llegado a la ciudad. A través de los amigos de El Ejercito Rojo me llegó su primer disco: ‘Solo Ida’. Llamaron mi atención los textos cuidados. La voz, frágil y hermosa. Pasaron los años. Luis aprendió a vivir en esa ciudad ingrata. Empezó a ver la vida desde los ojos de los otros. Lo echaron de un (buen) trabajo, se enamoró, tuvo un hijo y se inventó otro (mejor) trabajo.
Pero las guitarras seguían por casa y las canciones también. Alguien que escribe canciones nunca deja de hacerlo. Así que durante esos ocho años de mirar y escuchar a los demás, Luis sacó los folios garabateados de los cajones. Afinó la guitarra. Perfiló el ya clarísimo discurso de su primer disco -folk de influencia norteña, nublada, sí, pero rozando el pop a ratos, jugueteando con la música americana de raíz-. Se rodeó de buenos amigos. Y, por fin: otro disco.
Grabado con la inestimable ayuda de su compadre Raúl Bernal -que toca pianos, órganos y sintes- y con el talento de algunos discretos músicos y profesores de música de la escena menos ruidosa de Granada, ‘La Tiranía del Débil’ es una de esas alegrías que nos trae de vez en cuando la primavera. Así debe degustarse: con tranquilidad, en estas noches que ya empiezan a alargarse, con los balcones abiertos. Y mejor con un vino. Y prestando atención. Aprendiendo un poco. Es este un disco sobre seres humanos que cometen errores. Sobre gente normal que se equivoca. Sobre la parte mala de los buenos o la parte buena de los malos.
En las canciones de Luis conviven tanto la nostalgia como la tensión -como en el estribillo de la estupenda ‘Cuarto Menguante’-; hay, a ratos, cierta épica medio desesperada -‘Exploradores’- y arrebatos dream pop -los sintes de ‘El Oficinista’-; se oculta la sorna sureña (o el rencor) en una de las mejores, ‘Piedras’, y siempre, siempre hay una capa de melancolía agazapada en las canciones más notables del disco. Ambas comparten, además, misteriosos títulos basados en siglas.
Por un lado está ‘E.F.’, que abre el disco, una especie de vals sedoso, intrincado y evocador; por otro el lamento hipnótico, casi hillbillie, arrastrado, que cierra ‘L.F.’. ¿Quienes serán esas personas? ¿Los conocerá Luis? ¿Sabrán que han escrito sobre ellos?
Se cierra el disco con ‘La Última Canción’, una triste canción optimista, que invita a seguir peleando a la manera que nos propone Luis pelear: sin hacer ruido y entendiendo los golpes, los daños del otro.
‘La Tiranía del Débil’ es un bonito disco. Esperemos que no pasen otros ocho años en que estas canciones tengan su continuación.
Fernando Navarro
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