Opinión y Pensamiento

La palabra perdonar

La palabra perdonar

Federico García Lorca

Federico García Lorca

Perdonar es una de las grandes palabras hoy en día. «Hay que perdonar», «no tiene perdón», «es imperdonable», «que Dios te lo perdone porque yo no»… Lamentablemente no puedo decir que esto se lleva diciendo toda la existencia por la empírica aunque obvia razón de que no llevo toda la existencia viviendo.

Me he pasado el día de hoy leyendo a Machado. Un recorrido fácil, sin querer descubrir nada, «retrato» me lo he encontrado nada más abrir «Campos de Castilla» y me ha vuelto a revolver las tripas de felicidad. Hay algo en ese poema, una especie de ungüento para el alma, medicina metafísica.

Luego, a la hora de comer, he visto en las noticias que a Lorca, por si alguien tenía alguna duda, lo mataron por homosexual. Y entre que Machado murió exilado y a Lorca lo mataron por homosexual se me puso la bilis a hervir. Vino entonces a mi cabeza la palabra perdonar.

Me gusta la palabra perdonar porque si separamos la palabra es «para donar», o sea, «para dar». El perdón es algo que se da, verdaderamente, se otorga un beneficio desde un ánima a otra. Lo que pasa es que para perdonar, o sea, para dar, primero hay algo que tener: No perdona quién no tiene alma porque no tiene nada que dar ni que ofrecer.

¿Y qué hacemos, entonces, con los que mataron a Federico a tiros y a Antonio a disgustos? Es duro de pensar, desde luego, un gran debate que no se debe contestar en una carilla si se quiere contestar con rigor.

Lo que desde luego me parece imperdonable es que volvamos a hacer exactamente lo mismo. El Roto dibujó a un joven en una estación de tren y rotuló: «El paro siempre es estacional«, ayer volvía Luis, amigo del barrio, de Bristol; por ejemplo, a Pepe, de mi instituto, le van bien las cosas en París y Marina, que es de Puerto Real, no tiene ninguna intención de venirse de Londres. ¿Cuántos Machados va a tener que exiliar cualquiera de las dos (o de las tres o cuatro) Españas para que vayamos a votar leídos los españolitos que llegamos al mundo y (todavía) no nos hemos ido?

Aquellos que se han ido se merecen un monumento alto como la Torre de Babel que ellos habitan, que salgan con sus maletas y haya un letrero que diga: «Perdonadnos. Ojalá volváis pronto«.

Y en cuanto a Federico, de vez en cuando hay agresiones, pero les llamamos locos, les mal-concebimos y condenamos; eso está bien, sin embargo, existe una peligrosísima omisión del poco reconocible deber de ser humano, pues siguen muriendo «bolleras y maricones», «negros y moros de mierda», «cristianos de los cojones» y una larga y abominable lista de desagradables adjetivos sin que nadie se inmute. Es ciertamente patética la carencia de interés que atañe a quiénes no son blancos, de clase media o superior y heterosexuales. Parece que hay una cortina que vuelve invisible a cualquiera que viva, por ejemplo, al otro lado del Mediterráneo. Vivimos en la era de la información, pero según para qué cosas.

Y es pérfido que cuando uno propone luchar por esta causa que es la de ser humano o, al menos, intentarlo, encima, le atribuyan la etiqueta de utópico. Al llamarlo utopía los interesados en este juego han conseguido que los demás hayan perdido las ganas de cambiar las cosas.

Perdonar hay que perdonar, lo que no se puede hacer es perdonar a quién no muestra señal alguna de arrepentimiento. Hoy, después de leer a Machado, he pensado en esa falta de arrepentimiento y he concluido en que a veces hemos dado perdón a quiénes no se han molestado en pedirlo.

Fernan Camacho
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