José Ortega y Gasset. Teoría de Andalucía, VI: 113
Me gusta el himno de Andalucía, el mío, el que verdaderamente siento propio, porque no está hecho sólo para los andaluces y tiene lógica: ¿Qué civilización de todas las que ha habido desde Algeciras al cercano Oriente no ha pasado por aquí? Fenicios, griegos, romanos, musulmanes, vándalos, visigodos, cristianos, judíos… Nuestra historia es la del mundo y perdón que vacile: Dice el colega Gragera que durante la estación de penitencia de la Macarena puedes ver 20 siglos de historia: centurión romano, columnas de la Alameda al estilo helénico, paso del barroco, cámaras digitales, iglesias mudéjares, Giralda que fue alminar… No tendría ningún sentido hacer un himno bélico, como el francés, o que hablase de nuestra valentía, como el estadounidense, o que nos llamara a morir por nuestra patria, como el italiano; especialmente este último no tendría sentido jamás, pues Andalucía parece estar concebida para ser vivida, no para morir ni matar por ella. ¿Quién es andaluz, realmente? Si hemos cobijado dentro de nosotros a tanta gente distinta, ¿Qué sentido tiene no aceptar a todo aquel que quiera venir? Andaluz es todo aquel que quiera serlo. No es cuestión de nacimiento, ni de raíces, sino de voluntad.
El alma del himno es el mundo, es el ser humano al descubierto. Una petición sencilla, «paz y esperanza», para toda la humanidad. ¡Cómo no va a ser así! ¡Si Paco de Lucía tocó por todo el mundo! ¡Si la hija de Leonard Cohen se llama Lorca! Me gusta el himno de Andalucía porque pudiéndose quedar aquí, entre Despeñaperros y el Mediterráneo, quiso salir y decirle a la humanidad que aquí tiene su casa.
De ahí que no le encuentre sentido a esos andaluces de cuyo ombligo han hecho su hogar. Entre el «como en casa en ningún lado» y el «donde fueres haz lo que vieres» se hubieran perdido una Alhambra y una Mezquita; se hubieran perdido a Machado(s) y a Juan Ramón, a la mitad de la generación del 27; a una leyenda del tiempo que sonaba a rock and roll y a una Triana que seguía sonando a bulería… Pero con guitarras eléctricas. Nuestra pureza artística y, por ende, la nuestra como andaluces, radica en la innovación constante. Lo puro está hermosamente contaminado a lo largo de nuestra historia.
Me gusta el himno de Andalucía porque no pide riquezas, ni alhajas, pide la tierra que le pertenece; y no pide la muerte de ningún enemigo, sino libertad. Y no dice que tengamos que ser mejores que ningún otro pueblo, dice que somos personas de luz y que tenemos el digno deber de intentar devolverle a la humanidad «su alma de hombre». Qué importante es que, durante el periodo entre la primera y la segunda guerra mundial, se escribiera un himno humanista. Que de entre todas las cosas que se pudieran pedir en un himno, se pidiera paz. Y que, pudiendo decir sea por nosotros y nuestro pelo negro, nuestros ojos oscuros y nuestra gracia y salero (aquello de lo que pobres inconscientes hacen saña), tendamos la mano al mundo, como en un brindis en el que nos entregamos: «Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad». Sea, pues.
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