En 1823 se restableció el absolutismo en España y la vuelta de Fernando VII, un tipo feo, víctima de la endogamia borbónica, ignorante, putero, ladrón y déspota, responsable, entre otras, de la ejecución de Mariana Pineda o cuanto liberal se le pusiera a tiro.
Cuentan que en Sevilla, a su llegada, fueron varios a recibirle y al no poder avanzar la calesa que lo llevaba varios personajes sustituyeron a los caballos llevándolo a la ciudad al grito de ¡Vivan las cadenas!
Patético. Un enjambre de catetos reaccionarios, dóciles y orgullosos admiradores de un rey felón, sin duda, el peor Borbón de la historia.
Dentro del primer elepé de Carlos Cano, titulado ‘A duras penas’, aparece un cuadro titulado como aquella bochornosa frase. Vivan las cadenas es obra de Francisco Cortijo (1936-1996), un pintor sevillano heterodoxo, también grabador caricaturesco y ceramista, formado en la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, que renovó la pintura abstracta y fue uno de los más dignos representantes del realismo social.
En las más de veinte exposiciones que realizó mostró siempre su visión revolucionaria y rupturista de las vanguardias. Cortijo aborda la injusticia social como situaciones históricas que afectan al individuo. Las máscaras, los disfraces y el universo carnavalesco ejemplifican un aspecto más de la crisis espiritual contemporánea, propensa al disparate, lo grotesco y la caricatura.
Vivan las cadenas fue pintado en 1974, (óleo sobre madera)

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