Nuria Castro nació hace 24 años en Arcos de la Frontera, Cádiz. Cuando le dijo a su padre que quería ser diseñadora, éste no se lo llegó a creer del todo, hoy tiene una marca propia, que alterna con su trabajo en una tienda de show room. Es el martes quince de julio, hace un calor que derrite en el centro de Sevilla. El que escribe va vestido con unas zapatillas de mercadillo bastante bien falsificadas, una camiseta de los Rolling Stones y bermudas; la protagonista con un chaleco diseñado por ella, no intenten comprarlo: No quedan.
Iba buscando a una diseñadora con ciertos tintes de buena vista en el bussiness y me encontré a una balanza entre lo uno y lo otro. Me ha dicho muchas cosas, quizás lo más llamativo es que, mientras que un músico o un poeta jamás hablaría de la gente que compra discos o libros como clientes, ella sí lo hace, con una explicación que explicada por ella parece obvia: “He hecho diseños que ahora no haría porque me costó mucho venderlos. (En ese momento le digo que si diseñar es un arte debería guiarse más por el instinto que por la economía, a lo que responde:) Sí, pero yo tengo una pasión creativa enorme que es hacer ropa, si quiero vivir de mi pasión ahora mismo tengo que vender, no me queda otra. Un día haré lo que quiera, pero ahora mismo puedo decir que vivo de esto gracias a lo que vendo. Tengo que buscar ese equilibrio. Además, si te digo la verdad, por desgracia yo no he podido estudiar diseño porque no lo hay por ninguna universidad pública, tendría que haber algo, por lo menos una ramificación para este tipo de empresa, que sí, que si se hiciera para esta supongo que habría que hacerla para las demás, pero no sé.”
Equilibrio es quizás la palabra más repetida. Cuando la vi por primera vez, subiendo unas escaleras mecánicas, se fue al traste el mito de la extravagancia y el glamour sobrecargado, sin ningún cliché saluda y pide una coca cola en la barra, lo único que la caracteriza como alguien más especial que el resto es que su chaleco veraniego sólo lo llevan ella y pocas más, “hubiera hecho miles, pero no tenía dinero para invertir en ello. Está hecho, como casi todo lo que hago, en plan low cost, todas mis cremalleras y todos mis botones son de lo más baratito o de lo que más está en oferta, tengo que optimizar gastos dentro de una calidad exigente” Confiesa que lo suyo es la moda “práctica”, crea cosas que una mujer se pueda poner a diario, no lo que ella llama “disfraces”.
La descubrí a través de una amiga con su promoción de mantoncillos para la feria. Me contó la historia: “Yo tenía un blog, decidí ir a SIMOF y, como no podía hacerme un traje nuevo me dije que podría hacerme un mantoncillo, (Interviene el venazo emprendedor cuando confiesa…) vi que había un vacío en eso y que era fácil de rellenar, no había demasiados mantoncillos únicos, se parecen todos mucho: En vez de uno, decidí hacer bastantes más para poder venderlos, pude conseguir cuatrocientos euros que invertí y, posteriormente, recuperé. Tenía pensada una colección para verano, así que los beneficios me duraron una tarde, tenía que volver a invertir lo poco que había ganado en ello para intentar independizarme. Al rato me quedé con veinte euros.”
Terminado el café y la coca-cola nos vamos a ver tiendas, le digo que me gustaría ver cómo ve ella la ropa cuando la tiene entre sus manos, se ríe con la idea y salimos. Entramos en Zara. Descubre lo que, según me ha contado, se llaman “ugly shoes”, unas sandalias horrorosas que se han convertido en trendy: “A mi esto no me gusta, pero no sé quién lo sacó en pasarela y mira, aquí está. -Le pregunto por cómo ve las extravagancias de algunos diseñadores- No me gustan, – responde- ¿A qué se pueda llevar eso? ¿Quién se lo pone? Por mucho que Galliano diga que eso es bonito, la verdad es que no me lo pienso poner.” En honor a la verdad, se tiene que decir que, en un arranque de genio gaditano, sus palabras fueron más escatológicas, no es ni mucho menos alguien que pose, se muestra auténtica, pero, por si acaso, me ha dicho que no lo ponga: “Una es formal”. Precisamente hablamos de eventos, me pareció de lo más sorprendente que no le interese qué llevan las estrellas de Hollywood en los Oscars, lo cual para mi es el gran escaparate: “Ahí es esa gente -lo dice como alguien lejanísimo- quien decide, el diseñador está un poco más al margen. Yo prefiero ver la pasarela directamente, que es donde el diseñador se muestra.”
Hablamos de economía, por último, al haber estudiado Administración y Dirección de Empresas está puesta en el tema, lee las mismas revistas de moda que de negocios, vuelve a insistir: “Tengo que intentar salir adelante, haciendo las cosas lo mejor posible pero con poco dinero. La industria de la moda no se fomenta, y, sin embargo, podría dar mucho trabajo sostenible.” Bien examinado, es cierto: Al hacer un vestido, Nuria compra tejido en una mercería, luego botones, cremalleras, complementos y un largo etcétera y su ropa sigue siendo asequible, parece algo de locos hasta que dice: “No pretendo hacerme rica ni aprovecharme de nadie.” Claro. Así sí. Siguiendo en el tema, enfoco cómo será su próxima colección para este otoño: “Esta será un poquito más mía, más personal, algunas de mis clientas ya me piden cosas por adelantado. Tengo un trato especial con ellas, me gusta ver cómo les quedan mis cosas, es algo muy personal. No me gusta ser esa vendedora que te vende algo y ya no la vuelves a ver.”
Después de cambiar el café por la cerveza, vamos a la tienda donde expone, no sabía que se utilizaba el mismo vocabulario para un cuadro que para un pantalón. Efectivamente, le quedan cuatro cosas, lo ha vendido todo, el pantaloncito que más me llamó la atención cuesta menos que una prenda parecida que habíamos visto en Zara. “Por supuesto que la moda es un arte” -me había dicho con el café. Ahora encaja mejor esa frase que, al principio de la entrevista, parecía cosa de otro mundo.
Proximamente tendremos la ocasión de hablar con Camila Puya, creadora de Camila Velvet, otra joven diseñadora andaluza que ha trabajado con David Delfín, entre otros.
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