Ecología de las palabras
Esto es lo que hay que ocultar del capital. De cada cosa hay que ocultar lo peor. De los nazis hubo que negar el exterminio de judíos. Nadie se preocuparía en negar, por ejemplo, su europeísmo: eso no molesta demasiado. Y del capitalismo hay que tapar la crisis ecológica. Por eso, se escriben libros-bomba, falsos y cancerígenos, cargados de falacias como El ecologista escéptico.
Curioso que los negacionistas de la crisis ecológica proliferen en los mismos medios que los que arrasan la lengua y la historia. Algunos columnistas, periodistas o no, cuya mención sería un exceso, cultivan hoy la peor prosa: cometen dequeísmo, abusan de gerundios, puntúan mal. Curioso porque ellos son también los que injurian, manipulan, mienten y tergiversan. Forma y fondo van unidos. Hay entre ellos revisionistas de la historia: el golpe de estado no lo dio Franco, Zapatero entró al Congreso como Tejero o Pavía, los andalusíes éramos bárbaros del sur… Pero destaca la pobreza de su léxico. Los pensamientos pobres y simples se corresponden con eslóganes reiterados y vacíos, soniquetes mediocres. Hay entre ellos negacionistas del calentamiento global, del cambio climático y de la crisis ecológica. Enemigos de la ingeniería jurídica de Kyoto, enamorados de la libre emisión de gases, despectivos con la biodiversidad…
Se llaman liberales, pero el uso de ese autónimo es la prueba de que también desprecian las palabras. Siesta, mosquito, guerrilla y liberal son las cuatro palabras que la hispana ha generalizado en todas las lenguas. Y liberal no quiere decir antisocial, quiere decir ciudadanía, abolición del vasallaje, autonomía moral y republicanismo. La biosfera extermina a las especies que abusan de ella, la lengua también.
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