A mi amigo Pablo Aitor,
pendenciero como el Siglo XVII,
pero con más prohibiciones
por parte del Gobierno.
El que escribe se está volviendo a deleitar con Romeo y Julieta. Muchas veces no tenemos en cuenta que las cosas que hoy decimos con cierta normalidad, en algún punto de la historia se tienen que haber inventado. Cojamos la literatura de los noventa, en ella encontramos a un personaje real adaptado a la mentirijilla en los libros de El Capitán Alatriste (de Arturo Pérez-Reverte), hablamos de Quevedo. Este genio de la literatura era tal cual: ingenioso, con un carácter indomable y muy dado a batirse por menos de un ardite. De todas las citas posibles me quedo con «No queda sino batirnos», cuando le preguntan si unos versos escritos por su archienemigo Góngora son suyos.
Este personaje le vino muy bien a Pérez-Reverte para colocarlo en la segunda fila, detrás del Capitán Diego Alatriste. Como se dice normalmente, «da juego», aporta esa comicidad que marca la diferencia entra una historia dramática y una historia de aventuras (ojo, esto en el primer libro, luego aporta bastante más). Sin embargo, para mí el gran precedente de estos personajes es Mercucio, mi gran descubrimiento de la tercera lectura que hago de Romeo y Julieta. Cuando parece que en la obra no hay más que amor, ahí está él con su ingenio y su acero bien por delante para soltarle a Benvolio en el acto tercero (justo después del encuentro entre Julieta, Romeo y la Santa Iglesia) “Nay, an there were two such, we should have none shortly, for one would kill the other». Que en castellano resulta: “Nada, que si tuviéramos dos como tú, en seguida nos quedaríamos sin ninguno, pues se matarían el uno al otro”.
Luego vino el cine, mucho después del siglo XVII. La Guerra de las Galaxias nos da dos buenos tópicos creados por los dos maestros de la época: ¿no les recuerdan C3PO y R2D2 un poco a Don Quijote y Sancho Panza? Son dos, absolutamente distintos pero perfectamente complementados. El otro es Han Solo. Seguramente sea, en cuanto a fama, la marca entre la literatura de la que ya hemos hablado y la era de las pantallas: la pendencia le sigue gustando, además, es innegable que Harrison Ford mata a guardias imperiales con mucha exquisitez, pero esta vez ya no es tan ingenioso; no obstante, aquí el cambio, es un incordio para los hombres de alrededor: el tipo es guapo, guapo de narices.
A finales de los 80, con Cheers, comienza una edad dorada para las sitcom, esas series en las que no suele pasar gran cosa nunca pero te ríes. Si pensamos en una sitcom por antonomasia, seguramente muchos digamos al unísono “¡FRIENDS!”. Aquí ya el personaje secundario no es tan secundario, forma parte de un elenco de protagonistas, cada uno con sus manías y virtudes. Pero hay uno que destaca porque aporta más gracias que el resto. Son los equivalentes a Mercucio en la televisión; eso sí, si bien sus diálogos se fundamentan puramente en el humor, este humor es bastante más sencillo de entender que el del ingenioso Mercucio. No les verán recitando a Shakespeare ni haciendo sonetos, pero se reirán mucho si los aceptan tal y como son. La gran diferencia, aparte del intelecto, es que ya no se pelean: ahora son hombres con una obsesión casi enfermiza por las mujeres. Hablamos como no de los Joey Tribiani (Friends), que nunca podría salir con alguien que a su vez sale con dos personas porque necesita saber que él puede salir con más personas que ella, o Barney Stinson (Cómo conocí a vuestra madre) que tiene su propio libro de estrategias para ligar.
Ahora bien, ¿es este cambio una prueba de que nos estamos haciendo más simples? O, por el contrario, ¿ha crecido la creatividad tanto como para poder hacer personajes geniales que no cuentan con ninguna genialidad? Quizás es, simplemente, que de Mercucio y Don Francisco no van a saber tanta gente como de Joey o Barnie, entonces el viejo Will y el ya maduro Pérez-Reverte pueden permitirse el lujo de hilar muy fino con estos personajes, a quienes entenderán menos personas que al bueno de Joey, cuya gran virtud como personaje es que, si se fijan, es el único que no traiciona a ninguno de los otros cinco amigos bajo ningún concepto. No obstante, ese quizás que acaban de leer en este mismo párrafo es un quizás de enormes proporciones.
En cualquier caso, sean simples, sean complejos, sean narcisistas o pendencieros, ¿qué sería de El Señor de los Anillos sin Peregrin Tuk ni Meriadoc Brandigamo? ¿Se imaginan un Harry Potter sin los gemelos Weasly (que incluso jugaban al quidditch de secundarios también)? Los personajes secundarios marcan la diferencia en prácticamente todo, pero si son pendencieros, tienen un puntito de guasa inigualable.
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