Opinión y Pensamiento

Una nueva era

Una nueva era. Foto de httsan
Una nueva era. Foto de httsan

Foto de httsan

“Es tiempo de dejar de ser lo que éramos para
transformarnos en lo que somos capaces de ser”.
Marianne Williamson

“Tengo la sensación de estar viviendo el final de muchas épocas”, escribió Miguel Delibes, que avizoraba siempre el futuro. La inmensa mayoría de los dirigentes viven anclados en el pasado, sin darse cuenta de que, por fin, después de siglos y siglos de poder absoluto masculino, en que la inmensa mayoría de los seres humanos eran anónimos, invisibles, obedientes, temerosos, se avecinan ahora, a grandes pasos, profundas transformaciones que permitirán progresivamente “ser” a todas las personas, pasando de espectadores impasibles a actores.

Será posible poner en práctica la lúcida expresión de “Nosotros, los pueblos…” con que se inicia la Carta de las Naciones Unidas, porque las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han permitido a un considerable número de seres humanos “hacerse visibles”, participar, exponer sus puntos de vista, sus protestas y sus propuestas, adquiriendo una ciudadanía mundial y una conciencia global, que les permite comparar, apreciar lo que tienen y conocer las precariedades ajenas.

Pero para el cambio de época era sobre todo ineludible contar con la participación femenina —con su inherente respeto a la vida y sin propensión a utilizar la fuerza y el dominio para imponer sus criterios— de tal modo que fuera la equidad uno de los principales pilares del nuevo paradigma.

El mundo debe hoy conocer y reconocer el insólito poder ciudadano. La sociedad civil, sometida desde el origen de los tiempos pasará ahora a ser la protagonista en muy pocos años de múltiples cambios, a pesar de la inercia, a pesar de las trabas de todo orden que pondrán quienes siguen aferrados al ayer y no quieren aceptar las responsabilidades que les incumben para superar la crisis sistémica que  afecta a la humanidad y que tantos desgarros está produciendo, particularmente, en el tejido social más vulnerable.

Si no hay evolución habrá revolución, ahora ya seguramente incruenta porque se librará sobre todo en el ciberespacio. Los que han impuesto sus ambiciones hegemónicas y sustituyeron los valores éticos por las leyes del mercado y las Naciones Unidas por grupos plutocráticos (G6, G7, G8… G20), son culpables no sólo de la zozobra económica sino de haber conducido, en los albores de siglo y de milenio, a unas desigualdades sociales inadmisibles y a una total ausencia de liderazgo institucional y personal.

En efecto —no me canso de repetirlo porque es escuela para la acción cotidiana— 60.000 personas, la mayoría de ellas niños y niñas de uno a cinco años, mueren de hambre al día al tiempo que se invierten 4.000 millones de dólares en armas y gastos militares.

Vienen aquí a cuento los preciosos versos de José Ángel Valente: “Os escribo desde un naufragio. / Desde los que hemos destruido / ante todo en nosotros… / …pero os escribo también desde la vida / … de un mundo venidero”.

Para ello, era imprescindible que se abrieran los horizontes de tantos moradores de la Tierra confinados. Que pudieran expresarse. Que fueran iguales en dignidad… Todo esto está, de pronto, en camino. El mundo “venidero” se acerca a pasos agigantados. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación son piezas esenciales de esta repentina “epifanía” humana, de este dejar de ser imperceptibles y silentes.

“El compromiso supremo de cada generación», decía el presidente Nelson Mandela, «es tener en cuenta a la siguiente”. La responsabilidad intergeneracional debe pasar a primer plano, en unos momentos en que, obsesionados con el presente de unos pocos, nos damos cuenta de que hemos olvidado lo más importante: el bienestar de nuestros hijos y descendientes, la habitabilidad de la Tierra, la calidad de un contexto ecológico en el que todos los seres humanos, ya identificables, visibles y capaces de expresarse, puedan ejercer plenamente sus facultades distintivas.

Estamos en el advenimiento del antropoceno —las actividades humanas inciden en el medio ambiente— y debe imponerse de una vez la fuerza de la razón sobre la razón de la fuerza. Pero los grandes consorcios mundiales siguen basando en los combustibles fósiles la “marcha” de la humanidad.

Es apremiante, como en todos los procesos potencialmente irreversibles, disminuir, mediante un gran pacto supervisado por las Naciones Unidas, que dispondrían ya de un Consejo de Seguridad Medioambiental las gravísimas alteraciones que ya se están produciendo en estos momentos.

En pocos años, debe favorecerse la recaptura del anhídrido carbónico por el fitoplancton de los mares, hallar las aleaciones que permitan el transporte de grandes cantidades de electricidad, promover las energías renovables (fotovoltaica, termosolar, eólica… paneles en las casas y en los edificios, coches híbridos y eléctricos…) invirtiendo de una vez en seguridad vital una parte —bastaría con el 30-40%— de lo que representa actualmente la seguridad militar, que abarca sólo a un 20% de la humanidad.

En lugar de tantos aviones propios de guerras pretéritas, es urgente disponer de aviones y artificios para luchar contra los incendios, las inundaciones, las catástrofes naturales y de toda índole mediante estrategias científicamente diseñadas.

El poder ciudadano deberá situar entre sus primeras reivindicaciones el desarme nuclear inmediato. Se trata de otro gran  pacto global promovido por un colosal clamor de los ciudadanos del mundo.

En los últimos años han proliferado los diagnósticos. Ahora faltan los tratamientos a tiempo para favorecer una auténtica remodelación a escala mundial, antes de que sea demasiado tarde. Es preciso un nuevo paradigma —cuya propuesta lideran los profesores Ivo Slaus y Garry Jacobs de la Academia Mundial de Arte y Ciencia— que estoy seguro que no tardará en adoptarse gracias al “grito de la gente”, de “Nosotros, los pueblos”, actuando con firmeza.

Con unas Naciones Unidas refundadas, que dispongan de una Asamblea General integrada a partes iguales por Estados y por representantes de la sociedad civil debería existir, además del Consejo de Seguridad actual y del arriba mencionado, un Consejo de Seguridad Socioeconómico, para que la transición desde la actual economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía de desarrollo global sostenible y humano pudiera ser realidad en muy pocos años.

Es de obcecados cortoplacistas pretender que en un mundo finito se puede crecer indefinidamente sin reemplazar lo que se consume, sin atender cuidadosamente la conservación de la Tierra, sin imaginar nuevos caminos para el mañana. Lo que es infinito es la creatividad que distingue a los seres humanos. Y ésta es nuestra esperanza para resolver tanto las crisis económicas como las sociales que de ellas se derivan.

La Carta de la Tierra establece en su preámbulo: “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro”.

“Ningún desafío se halla más allá de la capacidad creadora de la especie humana”, proclamó el presidente John F. Kennedy en 1963. Es imprescindible hacer posible aquel desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano que se propugnó entonces como la mejor fórmula para la gobernación mundial, de tal modo que todos los seres humanos y no sólo unos cuantos puedan beneficiarse del progreso científico.

Sólo en un contexto de democracia genuina sería posible pasar de una cultura de imposición, violencia, dominio y guerra a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz.

El inmenso poder de las redes sociales será piedra angular de la gran transición de súbditos a ciudadanos plenos, de la fuerza a la palabra. La revolución digital será, por su ámbito y profundidad, la más importante desde el origen de los tiempos. En términos antropológicos, sociales y económicos, el mundo ya no será como antes. La mayor longevidad contribuirá a disponer de conocimientos y experiencias que permitan hacer realidad el sueño universal de la igual dignidad humana. El barrio próspero de la aldea global se ampliará de tal modo que las asimetrías y desigualdades que hoy enturbian el horizonte se reducirán hasta desaparecer.

En resumen, nos encontramos en un momento de profundas transformaciones sociales que tienen lugar con una rapidez sin precedentes. Situaciones sin precedentes que, como ha indicado Amin Maalouf, requieren soluciones sin precedentes. Y casi inadvertidamente, nos hallamos ante un nuevo ser humano capaz de intervenir, de exponer sus opiniones, de asumir plenamente las funciones que le corresponden. El tiempo del silencio, de la obediencia, del anonimato… ha concluido.

Una nueva era se avecina. “Y que se oiga  / la voz de todos, solemnemente y clara / …que todo está por hacer y todo es posible / …pero, ¿quién si no todos?” escribió lúcidamente Miquel Martí i Pol.

La voz de todos. Por fin, hablar, hablar todos. La palabra, la nueva era, el nuevo comienzo.

Federico Mayor Zaragoza
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