El fantasma en cuestión, nacido en el angosto Bierzo, no recordaba nada sobre su nacimiento. Murió de garrote vil en Madrid por sentencia, su caso fue ridículo. El taquígrafo cambió algunas palabras de su declaración: «Lorenzo y yo —contó en el juicio— estábamos debatiendo sobre la clase de filosofía que habíamos tenido en la escuela cuando éramos unos críos, vamos, casi no nos acordábamos, sólo de aquello de que el alma es inmortal y la vida un despropósito, que, por un lado, con el hambre que hay no hace falta ser muy filósofo para saber que la vida es una tragedia y, por el otro, si se es buen cristiano se sabe que una vez muerto se resucita. La cosa es que el tipo decía que lo de morirse era de las mejores cosas que podía pasarles a unos paisanos como nosotros, que teníamos hambre, que las vacas estaban raquíticas las pobrinas y ni los perros querían la carne que nuestras gallinas daban, además, el alma no se muere, por lo que al final vas a seguir vivo igual pero sin estar contrariados como estamos ahora. Y Lorenzo se puso de un pesado insoportable. Y yo le dije: ¡Me cago en Dios, Lorenzo! —Con perdón, pero es lo que dije— ¡A tomar por culo! Cogí un pico que mangué de la mina y se lo metí en la cabeza. Y ahora debería estar bien, el muy zorro».
Garrote vil, tres vueltas, roto el pescuezo y se acabó lo que se daba. Lo primero que hizo cuando salió de su cuerpo es dejar de tener hambre. No se acordaba del hambre, ni de la sed. Ni de la mina, ni de Lorenzo. Miró el cadáver de aquel hombre y tuvo una sensación de amnesia profunda. No se reconoció nunca, pues en las espejos las almas no se reflejan, son invisibles, y por eso no hablan con otras almas, no se ven, y no saben hablar porque no tienen la necesidad de hacerlo, ya que se creen solas en el universo. Muchos fantasmas, al verse solos, se creen creadores olvidadizos del universo; otros, intentan imitar la forma de vida humana, por adaptarse, y se atan sin saberlo a las leyes físicas.
Así que el fantasma común no sabe que es fantasma, pero este espíritu en cuestión, de alguna forma disfrutaba atravesando paredes, viajando, siendo atravesado por gente y buscando la mejor vista de cada ciudad por la que levitaba. Si bien en vida fue un cazurro, de muerto se estaba convirtiendo en un alma observadora de las culturas por las que iba y venía.
Miraba a los mortales con lástima —¿de dónde habrá salido esta especie de fisis?—. Su infructuosa gravedad, sus necesidades culinarias, sexuales, vitales, en definitiva, les hacen parecer definitivamente sórdidos, anticuados y tremendamente inservibles. Ni siquiera prestaba atención a los vestuarios femeninos, cosa con la que de vivo soñaba. La física, en general, le parecía el mayor estorbo que se le había puesto a aquellas débiles criaturas.
Cien o ciento cincuenta años después de su transformación, tras observar a aquellas criaturas, desarrolló un tremendo interés científico social y aprendió a hablar. Después de eso aprendió física, combinó las ciencias sociales y las físicas y empezó a aparecerse a aquellas criaturas de diversa nacionalidad por hacer una simple entrevista de cómo se sienten con sus jaleos físicos y biológicos. Sus apariciones provocaron extrañas situaciones, sollozos, traumas psicológicos e incluso algún infarto, salvo una vez en la cual parecía que se le esperaba, pero no era a él a quién llamaban, sino a otro, y de las tres señoras que había dos le parecieron estúpidas y la otra una timadora. «Debo ser lo que estas criaturas llaman feo, dados los aspavientos que provoco» —se dijo combinando palabras de varios idiomas—, lo cual le provocó una tremenda tristeza, sus estudios sociológicos le habían enseñado que era mejor no ser feo que serlo.
Pasó veinticinco años andando por donde no se encontrara a ninguna de aquellas criaturas, después de aquel manifiesto rechazo a su presencia, las detestaba. Tras una reflexión profunda en una isla del Pacífico, y con la seguridad de que en veinticinco años la sociedad podría haber cambiado, volvió para ver si serían capaces de aceptarle. Dio con una clase de lógica filosófica en un colegio de Hämeenlinna a la que asistió todo un curso. Se dio cuenta, tras años de estudio en varias universidades prestigiosas, de que el hecho de que aquellas criaturas gravitatorias, atadas a las leyes de la física, despreciaran su saber centenario era casi un insulto a su sapiencia, por lo que decidió disfrutar de su metafísica durante el resto de la eternidad sin preocuparse de lo que a aquellos desgraciados les pasara.
Cuando vio desaparecer el Planeta Tierra, se dio cuenta de lo obtuso que había sido. Milenios observando un planeta condenado a la extinción cuando podía deambular por galaxias. Quizás fue el primer berciano que consiguió salir del Sistema Solar.
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