Música

Javier Ruibal, con la paciencia del artesano

Javier Ruibal, con la paciencia del artesano

Javier Ruibal. Fotografía de Pepa Nieto

Javier Ruibal. Fotografía de Pepa Nieto

Con paciencia de artesano ha ido construyendo el portuense Javier Ruibal los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles de su cancionero, sin las prisas a las que suele someter la industria musical más pendiente del hit con estribillo que de la canción que ha de vibrar como relámpago o sueño, al igual que pudiera hacerlo un poema. Con esa paciencia han ido gestándose las trece canciones que conforman Quédate conmigo, algunas de ellas rodadas previamente en los directos como la bellísima y filial Baila, Lucía que ya culminara aquella presentación gaditana de Más al sur de la quimera, el libro que le dedicara y que resume dos años y medio de intensa exploración en su universo cantado.

Las canciones de Javier Ruibal no son canciones de otoño ni de invierno, de “autotango de cantautor” a la manera que arguyó Aute, sino que su brillo andalusí parece llevarnos en volandas a una eterna primavera sonora que opone la luz de sus acordes a este tiempo melancólico por el que ahora transitamos. Con todo hay como dos instantes de nostalgia asumida en Quédate conmigo. Uno nos lleva a la sala oscura del portuense Cine Macario, memoria de amores furtivos, metáfora a un tiempo de muchos cines que el progreso derrocaría como aquel Royal Cinema al que cantara Felipe Benítez Reyes cuyo poema tiene su correspondencia con la canción de Ruibal que empieza con esta estrofa: Pasaban los días sin pena ni gloria/ un ir y venir de pasos perdidos/ sabían a chicle y a primera novia/ y a Winston mis ganas de amores furtivos”. El Cine Macario, como también lo fue la Pensión Triana, son parte del retrato del artista adolescente y parte de un país que tanteaba el camino de la democracia, que se lanzaría a la calle a construir su sueño, a elevar la voz por la libertad que había sido negada durante décadas. En ese relato de utopías demacradas, de límpida evocación sonora, se sitúa la canción Los huérfanos de la Pensión Triana —una de las más inspiradas de Quédate conmigo— que pudiéramos escuchar al lado de aquella enorme canción titulada Rogelio que pariera Patxi Andión y que incorporara también ese resto amargo de amistad traicionada, de ideales sucumbiendo a golpe de parné, de escalafón, de corrupción institucionalizada.

Las canciones de Quédate conmigo cuentan con la inestimable aportación de José Recacha, quien las ha arreglado primorosamente dándoles los matices que les corresponden: valgan los ejemplos instrumentales de esa trompeta sutil de Julián Sánchez que entra en Once de abril —apertura del disco— o de esa armónica de Antonio Serrano atravesando las secuencias descriptivas y líricas de Viñera de postín o del piano de Iñaki Salvador cuyas manos confieren hondura jazzística a Quédate conmigo, canción que da título al disco.

La personalidad indiscutible de Javier Ruibal encuentra difícil asimilación en el contexto musical paupérrimo en el que se mueven los mass media. Pese a ello el tipo aguanta como un faro de prominente luz y con el ímpetu dionisiaco de esa poesía de estirpe arábigo-andaluza que hubiera hecho las delicias de Emilio García Gómez, quien hubiera creído encontrar en el cantautor portuense una reencarnación de un poeta de ascendencia mora. En una sociedad que guarda cola para comprar la autobiografía de Belén Esteban parece difícil que haya quien se pare a distinguir las voces de los ecos mediáticos. Pero por fortuna sucede el milagro porque Ruibal ejerce de paseante lunar y de resistente lírico encontrando adhesiones inquebrantables en el camino, gente sensible que creció con Cuerpo celeste o que halló en Pensión Triana un modélico ejercicio de vivir y de sentir las canciones.

En mi caso Javier Ruibal ha terminado siendo un puerto feliz donde refugiar mi escritura. Por eso siento los acordes y mareas que resuenan en Quédate conmigo absolutamente próximos como parte de mi propio andar lírico. Escucho la llamada inaugural de Once de abril y ya siento la envolvente lírica encendida del poeta alunado que engarza anáforas y siente la misma querencia por los sones flamencos que por el jazz. Todo el Ruibal terrenal y profuso que hemos amado se sintetiza en Quédate conmigo, en piezas como A Roma no quiero ir o en esa mirada de compromiso vertida sobre las muchas infancias posibles que late en la trilogía que a su modo forman Mi pequeño Buda, El príncipe de los parias o la exquisita El niño de Serengueti que ya había grabado en el sinfónico Sueño: “Agua que nos ha de beber/ oro puro que se tira/ que por el agua se sufre/ se perdona y se respira/ agua que no has de beber/ nunca la dejes correr…”.

Canta Ruibal como late el tiempo que glosamos y perdemos y mientras su voz se adentra en los espacios de la madrugada pienso en los instantes que hemos compartido. Me acuerdo de las presentaciones de Sonados, el libro de versos que cruzaron Juan José Téllez y Tito Muñoz y también me viene a la memoria el rodaje del documental En medio de las olas que dediqué con el cineasta Pepe Freire a mi padre y en el que le hicimos a Javier compartir con Serrat el recitado de la Elegía a Antonio Machado. Javier fue parte fundamental de las presentaciones gaditanas de Serrat, canción a canción y de Serrat, cantares y huellas. En esta última logré el milagro de juntarlo musicalmente a Miguel Poveda en un encuentro irrepetible que hizo posible mi buen amigo Carlos Gracia. Toda esa suma de veladas cómplices terminó llevándome al proceso de redacción de Más al sur de la quimera, al desentrañamiento de un cancionero ejemplar y sin concesiones, para el que contamos con una editora de excepción: Ana María Mayi.

Ruibal ha vuelto con ese lenguaje de vibración popular que es suma de muchos mundos, un lenguaje alejado de tentaciones posmodernas porque el portuense es tan pronto muecín que otea el mar como chirigotero callejero con la forma de un cuplé sandunguero prendido del labio musical y festivo. Todo cabe en esa copla volandera que alguien pudiera cantar en este mismo momento por la calle de la Soledad Antigua de Cádiz donde el deseo fue siempre una pregunta cuya respuesta nadie supo responder. En Quédate conmigo encontramos los restos de un amor tan eterno como fugaz y también los restos de viejas utopías filtrándose por los rostros de aquellos huérfanos de la pensión Triana que desganadamente compartían algún pitillo y muchos sueños.

Entre las nuevas canciones hay pequeñas joyas como Sueño que te sueño que parecen envueltas en el hilo de la nostalgia, en el momento amoroso y estallante del cuerpo y de la boca memorable: “Voy perdido pero sueño/ que de tu boca bebía/ no dirás que son pequeños/ los sueños que yo tenía…”.  Esos mismos sueños que desembocan en el barrio de la Viña, en la Caleta como epicentro lírico, en una “viñera de postín” a la que Ruibal le susurra su canción como forma de ensalzamiento de toda una filosofía popular que es propia de las gentes de un barrio que combaten la miseria cantándole a la vida mientras el sol se pone en el horizonte: “Ay!, viñerita buena/ viñera mía/ que cuelgas la bandera que a mí me guía…”.

Ruibal surca también el cielo azul en una canción titulada Tu piloto cariñoso y cuyo vuelo se extiende por la playa de Bolonia. También ha tenido tiempo para la conciencia ecológica y la defensa del entorno de Valdevaqueros con la canción Los mares del surf en la que se nota la mano del poeta Tito Muñoz. En estas y en las restantes canciones que componen este nuevo disco la voz del portuense se ofrece como surtidor, ajeno siempre a los vientos de la moda, más libre que nunca, más proyectado también hacia el futuro que nunca.

Luis García Gil
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