
Mediapolitizados. Imagen de @AASerranoL93
El abismo que existe entre ciudadanía y clase política permite a los medios de comunicación gozar de una posición privilegiada: están especialmente cerca del poder al mismo tiempo que estiran su brazo y ofrecen a la sociedad migaja informacional. Esta ambigüedad les permite definirse como defensores a ultranza de un bien público mientras, insatisfechos, tratan de buscar el máximo rendimiento económico a su actividad.
Germina la duda: ¿cuán legítima es la ubicación social de los media? El sociólogo Benjamin I. Page expone críticamente en sus ensayos que los profesionales de la comunicación no se han visto sometidos a un proceso de selección para actuar como mediadores entre distintas esferas de una compleja sociedad representativa. Esta circunstancia es clave para entender por qué el lapdog journalism resulta, por lo general, victorioso; por qué la visión económica se antepone a la social.
Atendiendo a Giovanni Sartori, en el rol desempeñado por la opinión pública juega un papel esencial la interrelación que emana a partir de “las corrientes de información referentes al estado de la res pública“. En la actualidad, las corrientes se amoldan al modelo cascada, inducido por la élite. Vertical. Persuasivo. Injusto. Consensuado. Siempre sometido a intereses.
El disenso pluralista se mueve en la superficial batalla de titulares de los periódicos de referencia que al día siguiente de ser publicados darán lugar a rifirrafes dialécticos en los centros de trabajo o la barra de los bares.
La alternativa a la mediapolitización radica en que el público decida romper a pedazos su inactividad y sea capaz, en la medida de lo posible, a través de la búsqueda activa, de formar sus propios juicios de valor. Sólo así será posible pasar de las opiniones en el pueblo a las opiniones de un pueblo que se opone radicalmente a ser considerado una mayoría sumisa y silenciosa.
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