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Guinea y el periodismo español

Niño vendiendo caramelos en Bata (Guinea Ecuatorial)

Niño vendiendo caramelos en Bata (Guinea Ecuatorial). Foto de Tono Cano

Hace unos años estuve en Guinea Ecuatorial, tanto en Bata como en Malabo, formando parte de una expedición de oftalmólogos en la que yo era casi el chico para todo. Frente al hospital donde se desarrollaba la campaña oftalmológica —construido durante la colonización española— había varios niños menores de 10 años vendiendo caramelos y cacahuetes tostados hasta bien pasada la hora de cenar.

Hoy hay fútbol, pienso en ellos y dudo mucho que lo vayan a ver, y yo tampoco, el fútbol hace tiempo que no me interesa.

Mañana estaré pendiente de las fotos protocolarias del dictador Obiang Nguema y los ministros de su tribu con los ejecutivos que acompañarán a la Roja y al eterno dirigente que la lidera. Tal vez veamos en ellas a algunos jugadores, de esos que ante una pregunta relacionada con Derechos Humanos alegan que solo piensan «en lo deportivo»… Veremos patrocinadores de la selección sonrientes con auténticos delincuentes que llegan a comisionar por ayuda humanitaria. Allí, según contaban y pude ver, es lo normal.

¿Por qué juega allí España? ¿Con qué migajas les obsequiará el dictador para compensar semejante «hito deportivo»? ¿Tal vez un contrato de explotación de la espectacular madera guineana? ¿Tal vez el petróleo barato que no supo encontrar Repsol y que mantiene a este sátrapa en su poltrona? Quién sabe…

En Guinea Ecuatorial el 65% de la gente vive con menos de un dólar al día. Son pobres, si, pero si el reparto de los recursos naturales fuera equitativo no cabría la pobreza; de hecho, su renta per cápita nominal asciende a 29.000 dólares, nivel similar a los de Portugal o Grecia antes de la crisis.

Al regresar de ese viaje escribí un artículo —con varias fotos y testimonios duros— sobre todo lo que vi y oí, a modo de desahogo, a modo de denuncia… Pasado el tiempo reconozco que fue más de lo que en ese momento pude soportar.

La revista donde trabajaba, los restos de una histórica cabecera, en vez de publicarlo, decidió ir a la embajada guineana con toda la información y proponerles cambiarlo por 36.000 o 42.000 euros y un publirreportaje de 36 páginas sobre la «democracia guineana».

Al enterarme del acuerdo, fui a hablar con uno de los subdirectores —quien llevó las negociaciones con la aquiescencia de un director al que le siguen escribiendo las columnas y un semianalfabeto cuyo dinero, conseguido de manera muy opaca, le permitía ser el presidente de la empresa que gestiona un medio de comunicación venido a menos— y tras sus explicaciones no me quedó otra que vomitar y largarme.

Y así funciona el periodismo en este país de pandereta.

Como anécdota, recuerdo que fueron de los primeros en querer hacer publicidad de su panfleto durante la acampadaSol del 15M. Estaban ansiosos por promocionar su mierda encartada. A mí, que andaba entonces por comunicación, no me tembló el pulso al tirar sus 500 ejemplares a la basura.

Nota: La única oposición real al régimen es la que ejerce Plácido Micó desde Malabo. Es el único diputado del único partido que no está en nómina del dictador. En mi viaje conocí parte de la represión que ejercían institucionalmente contra él y su familia, desde prohibiciones de contratar a cualquier familiar suyo hasta desalojo o torturas en la cárcel de Black Beach.

Tono Cano
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