Las razones por la que me hice y soy periodista son muy personales. De ahí la complejidad de responder al doble interrogante: por qué y para qué fui y soy periodista. La situación que vive la profesión y el mundo del periodismo, en pleno siglo XXI, en toda su diversidad de medios, y ya en plena hegemonía del fenómeno Internet, oscurece aun más la respuesta. De ahí que de nuevo resurja la necesidad de una indagación para acercarse a los entresijos de una profesión y oficio que está sometida continuamente a la presión desde todos los órdenes: sociedad, poder, economía, empresas. Es una evolución que ha conducido al periodista a ir cada vez más allá de lo que era inicialmente el oficio de la búsqueda de la noticia.
La evolución de las nuevas tecnologías ha impuesto más libertad y recursos, en principio, pero también más servidumbres y condicionantes. La interpretación de la realidad es el cometido final. Hay que ir más allá de “qué está pasando” para explicar “por qué está pasando”. Y eso no es fácil, sino muy peligroso, ya que en seguida sitúa al periodista en el objetivo de los que nunca quieren verse al descubierto.
Siempre hay un punto de partida, muy íntimo, enigmático, la búsqueda de un individuo ante su presente y futuro. Y ahí la vocación de periodista emerge por decisiones personales junto al compromiso por la vida. Formalmente, en libertad. El tiempo transforma no sólo la realidad sino también las circunstancias del mundo en el que se forja la comunicación. No es lo mismo querer ser periodista en un país gobernado por una dictadura que en una democracia. En un tiempo en que la identidad universal está reducida, con un escaparate de medios circunscritos a la prensa, radio y una televisión emergente, con múltiples fórmulas de control político, social y económico. En un país con uno de los índices de lectura más bajos de Europa y, por supuesto, sin el hábito de la lectura del periódico diario como en otros países. El hecho cultural y la educación son dos cuestiones claves para cambiar el mundo de la información frente a la sociedad.
Primero fue el acercamiento al periódico diario, durante la infancia y adolescencia, que cada mañana llegaba por debajo de la puerta en una ciudad de provincias (Badajoz), donde vivía. Y después hay que contar con las inquietudes personales alimentadas por la lectura diaria, ya en una juventud madrileña, de diarios y libros, el cine, la literatura, los estudios y el entorno de la calle para forjar un acercamiento a la realidad cotidiana. Para ser periodista hay que estudiar, era la realidad. Y aunque había corrientes de opinión en contra de la titulitis, la verdad es que las exigencias de la información con el tiempo imponían la prioridad de la Escuela de Periodismo (donde concluí mis estudios en 1971) y posteriormente la realidad universitaria para dar carácter y forma a este oficio.
Era la propia realidad de un país dispuesto a salir de la dictadura lo que fue imprimiendo carácter a una forma de entender el ser periodista, con libertad de expresión, con visión personal y proximidad, al margen de la empresa periodística de turno. Cada uno con su papel. Esta profesión, en realidad, es de las pocas que exige mantener la diferenciación entre la empresa en la que se trabaja y el propio redactor. “Periodismo de autor” lo llaman algunos. Y así es. Reducir al periodista a la condición de técnico asalariado sin más, en empresas que lo controlan todo, donde la figura del consejero-delegado o director general, el empresario propietario del medio, en definitiva, se ha impuesto con poder absoluto y ha dejado de lado a la figura del director o del redactor-jefe, por poner un ejemplo, es una de las claves del desmoronamiento del periodismo en la era de Internet. Aparte de las responsabilidades personales de la sociedad y los ciudadanos, mujeres y hombres, que también tienen que hacer su particular examen y dar sus explicaciones.
Es verdad que ayer, como hoy, hubo y hay periodistas y periodistas. La alienación social y personal no sólo se desarrolla en los regímenes dictatoriales. También en democracia, cuando los mecanismos de la sociedad de consumo (que alimenta dictaduras y democracias según sus intereses), en continua metamorfosis, se ha apoderado del poder de decisión de muchas personas y domestica sistemas. El periodismo-basura avanza, con la complicidad de empresas y periodistas, sin que apenas encuentre más obstáculos que las críticas de periodistas que sobreviven en la resistencia personal, al margen de los medios. Por eso decir ser periodista, hoy como ayer, es muy complicado desde la honestidad. La propia sociedad está reproduciendo cada vez más tentáculos y dragones. Y el mundo evoluciona en su propia vorágine.
Precisamente, por eso, ahora, como ayer, permanece el reto personal. Desvelar esta realidad e interpretarla es necesario. Mantener las bases del periodismo, desde el periodista-autor (frente a las actitudes periodísticas corruptas, que las hubo y las hay), como una vía para que circule el pensamiento crítico, es urgente.
Son todavía muy oportunas y vigentes las palabras del periodista Xabier Vinader (presidente del Comité Internacional de Reporteros Sin Fronteras, en 1991): “Algunos periodistas nos hemos quemado las pestañas en la lucha por la libertad de expresión y si todavía no hemos tirado la toalla se debe, en primer lugar, a que consideramos el periodismo como un sacerdocio, y en segundo lugar, porque nos ha crecido un caparazón con los golpes recibidos… Hemos perdido capacidad crítica y capacidad investigativa a causa de factores internos pero sobre todo externos a la profesión”.
Y desde este escepticismo compartido, permanece de todas formas la exigencia personal para poner muchas luces a la información en todos los medios, escritos y audiovisuales. Hay, por consiguiente, razones más que de sobra para ser periodista. Y hoy más que ayer, a pesar de la democracia aparente ante una realidad desvirtuada. Precisamente por eso.
Nota: Artículo publicado en el Anuario Crítico de Almería 2013, Asociación de Periodistas de Almería.
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