Las ejecuciones se realizan entre ocho y nueve de la mañana (ni antes ni después)
En los Estados Unidos de Norteamérica las penas de muerte se ejecutan entre las ocho y las nueve de la mañana. La verdad sea dicha, en este apretado horario, no siempre da tiempo a realizar la ejecución. Cuando esto sucede, el condenado gana un día más de vida (y suma un día más de condena). La prisión que se lleva la palma del mayor número de ejecuciones (naturalmente en ese horario) es la de Huntsville (Texas). En ella residen el mayor número de condenados a muerte. A la administración penitenciaria le molesta mucho no poder cumplir, en el horario previsto, con la ejecución (es un gasto añadido que hay que justificar). A la sociedad, mayoritariamente, le molesta mucho tener que esperar un día más para celebrar la ejecución de un condenado. Ambos (administración y sociedad) necesitan dar rienda suelta a esta desmesura medieval que establece la condena y requiere, con urgencia, un condenado sobre el que aplicarla.La necesidad de encontrar un culpable nos precipita, con la misma precisión del odio, a aplicar la inyección letal. Más tarde llegará el juicio. Más tarde la condena. Más tarde (entre las ocho y las nueve) la ejecución.
En la Universidad de Northwestern de Chicago, exite un Centro sobre Condenas Erróneas. Allí se realizan, periódicamente, investigaciones sobre la tasa de errores entre las condenas impuestas. Aplican un índice de probabilidad (entre otras herramientas) del que se deduce que entre los condenados (también a la pena de muerte) hay siempre un notable número de inocentes. En varios de sus estudios se insiste en recordar, al aparato judicial, que las pruebas deben ser fundamentalmente probatorias, no solo acusatorias. Nuestras sociedades simplifican el procedimiento a dos tiempos desnudos: señalamos al condenado y esperamos impacientes la ejecución de la condena (todo lo demás son trabas burocráticas y sentimientos de compasión).
Un estudio, relativamente reciente, ha inventariado las expresiones más usuales que los condenados a muerte dicen antes de ser ejecutados. Se destacan, en este trabajo, las tres más repetidas: «lo siento», «te quiero» y «gracias a quienes me han acompañado». Hemos sustituido la compasión por material desechable, por eso morimos descalzos. Por toda compañía hemos elegido la ambición y el miedo, por eso morimos solos. Al fin nos morimos de frío por no abrigar esperanza alguna.
A un maquinista condenado por su error y por nuestro fulminante y preciso deseo de ser jueces.
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