María Zambrano: Un destino soñado
«Obrar bien que ni aún en sueños se pierde«.
Calderón de la Barca.
Se encontraba sola. Quería seguir su historia, inventarse a sí misma, proyectarse en lo posible. Sólo tenía la vida con la que quería reconciliarse hasta el fondo. Quería confiar en la razón de lo que le sobrepasaba, en su verdad. Quería vivir, definitivamente, en la verdad. En la verdad viviente que nos invade y está en nosotros.
Basta encender la visión interior de nosotros mismos para anunciar el viaje que hoy iniciamos. Nuestro destino soñado arranca de raíces zambranianas y se nutre de la melodía que razón y poesía nos proporcionan. Poesía en este caso que es inocente justicia como lo es el alba. El punto de partida es el de una mujer exiliada, confidente de su verdad oscura, con deseos de reescribir el curso de su historia. Convertidos en exiliadas y exiliados, seremos María Zambrano para calar en el interior del tiempo y comprender nuestra esencia, lo que somos incluso más allá de la Historia. Aprenderemos a sumergirnos en la intrahistoria.
Bastan unas palabras cruzadas con signos rápidamente para que algo nuevo surja en nuestro fuero interno: un entendimiento fraternal. No hay cuerpo que pueda negarse a la experiencia de despertar soñándose. Porque al igual que ella había experimentado lejana de su tierra, el cielo cóncavo baja a abrazar la ciudad y en su aire podemos sentir la respiración de la ciudad, una respiración humana, plena de vida, que nos impulsa a comenzar de nuevo.
Abrazados a la ciudad, a nuestro ciudad-mundo, ¿cómo despejar la autenticidad, si cada acción nos crea o nos deforma, si aquello que hemos vivido arroja su sombra? ¿Quién mide nuestra autenticidad? Nuevamente imaginarla a ella, lejana, convertidos ya en exiliadas y exiliados entenderemos el vacío del mundo, que se va llenando de nosotros a la par que comprendemos que vivir es anhelar. Pero también errar, andar a la deriva tras ese único que nos persigue sin tregua, en el seno de esa realidad que no nos deja pero que tampoco permite que nos hundamos en ella, resistencia última que nos obliga a salir, a sostenernos.
En las tardes de luz extranjera, Zambrano tejió con sus ojos sobre el verde limón de su cuaderno de viaje el método que hoy despeja nuestras interrogantes, y que supone, sin esperarlo, el primer puerto de nuestro destino soñado: retroceder para poder ver mejor, y después ser conscientes de la distancia de las cosas y de las situaciones. Se descubre así la distancia inexorable que nos ha de separar siempre de todo; hasta de nosotros mismos.
Y en medio de la angustia sintió que despertaba, que iba a despertar de nuevo, a despertar… enseñándose. Y entonces tenía que disponerse a vigilar su sueño. Lo mismo nos ocurre a nosotros: nos queda la inmensa posibilidad de ser vigías de nuestro sueño, que nada tiene que ver con el sueño común, y que nos previene de ser sonámbulos del sueño de la historia.
Llegados aquí, venidos desde el desierto puro del exilio y del olvido, entraremos primero en nuestro cuerpo, lo recordaremos sin rencor, lo habitaremos y recuperaremos su memoria y su vida. Ligeros de equipaje, no habrá quien nos detenga.
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