Raíces

Sevilla y la dilogía (1)

Mercadillo de la calle Feria, en Sevilla.

Mercadillo de la calle Feria, en Sevilla.

Sevilla se esconde de tanto enseñarse. Fácilmente se muestra en mil reflejos como un cristal roto en pedazos pero esconde bajo claves los secretos de su autenticidad. A estos hay que adivinarlos en el habla, pura metáfora de sus gentes, intuirlos en olores y sonidos y, finalmente, apreciarlos en la dilogía que late en las entrañas de esta ciudad.

Joselito o Belmonte. Esperanza o Macarena, Sevilla o Betis. La dilogía como bandera, como seña de identidad.

“La Red Andaluza de lucha contra la pobreza afirma que “casi el 40%” de los andaluces son pobres». 18 de octubre de 2012.

El paro en Sevilla ciudad es del 27,18%, es decir 4,36 % superior a la media andaluza. (Datos de UGT).

Hoy es jueves. Aun no ha amanecido cuando la calle Feria de Sevilla y sus aledaños se van poblando de sombras que se cobijan en los bares que ya, muy de madrugada, se encuentran abiertos.  Carritos, cajas de cartón o bolsas multicolores esperan en las puertas del bar El Bizco, en el Remesal, o en la Tostaita Veloz a que sus propietarios se calienten, ya comienza a hacer frío por las mañanas, con café o aguardiente, las manos y los estómagos. Algunos ya han colocado en el suelo alguna marca, alguna señal que muestre que aquel sitio está ocupado. El día amenaza lluvia y, si al final llueve, extraña paradoja, todos ellos serán un poco más pobres

Una liturgia que con diferentes variantes se mantiene desde que allá por el siglo XIII se instaurara el mercado más antiguo y popular de Sevilla y que marcaría, mercado o feria, el propio nombre de la calle donde se desarrollaba. Cuenta la leyenda que allí vendió sus cuadros Murillo o que en uno de sus puestos se trajinó con piezas del Tesoro del Carambolo. Verdad o no, lo cierto es que durante siglos los sevillanos han encontrado en este espacio una amalgama de libros, muebles, cerámicas, azulejos, latones, cestos, antigüedades o simples enseres. Buscadores de gangas se mezclaban con compradores ocasionales que dedicaban la mañana a pasear entre los puestos.

Hoy, en la Sevilla de la crisis, en la Andalucía del 40% de pobres, El Jueves rompe las fronteras que lo limitaban a la calle Feria y la plaza de Montesión para extenderse por las calles adyacentes en una metáfora de la extensión de la propia miseria. Porque ya no son solo los vendedores de antigüedades o mercaderes de “cualquier cosa” los que llenan las aceras o los puestos. Ya ni siquiera son los “rebuscadores» de entre los contenedores, cazadores de viernes a miércoles de cualquier desecho de la sociedad de consumo susceptible de ser vendida. Ahora parados, amas de casa o estudiantes venden libros, discos, películas para conseguir unos euros con los que mitigar la escasez de ese día. Colecciones, bibliotecas enteras recopiladas durante años se muestran con pudor sobre el asfalto. El “intrusismo” se apodera de los espacios de venta, antes coto cerrado.

Hoy El Jueves limita con el comedor social de la plaza del Pozo Santo  y el de la plaza del Pumarejo. Comedores que han multiplicado el número de beneficiarios en una espiral maldita que ya no se ciñe solo a los desahuciados del sistema, sino que se extiende como un cáncer a personas que solo hace unos meses se sentían herederos del bienestar. Ambos centros asistenciales conforman una frontera que se va estrechando como una cadena sobre el ánimo de los sevillanos que engrosan las listas de parados. De los pobres, de los desalojados por un sistema económico que no hace mucho tiempo les engañaba con ensoñaciones de nuevos ricos.

(Continuará)

Antonio Sánchez Morillo
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