El Doctor
Capítulo del libro Siria: Más allá de Bab al Salam
Los dos hombres le conducen a toda velocidad al interior de la mezquita mientras en el suelo un reguero de sangre indica el camino hacia uno de los muchos hospitales clandestinos que los opositores del régimen han tenido que habilitar para atender a las docenas de heridos que cada día deja esta revolución. “Un francotirador nos disparó en Atari (provincia de Alepo)… Tratábamos de marcharnos hacía Turquía escapando de la guerra. La bala entró por el maletero y atravesó los asientos”, afirma el conductor sumido en un mar de lágrimas y señalando con las manos la parte posterior del vehículo… donde una espesa capa de sangre empapa los asientos traseros.
Con un cuidado extremo los enfermeros retiran la chaqueta dejando a la vista una camiseta cubierta de sangre. En el pecho, un pequeño agujero… por ese minúsculo orificio salió la bala del francotirador. Las tijeras rasgan la ropa con suavidad para que los enfermeros puedan comenzar a limpiar la herida con alcohol y yodo. Cada segundo es vital para poder mantener al herido aferrado a la vida. “La bala le ha entrado por la parte baja de la espalda y le ha salido por el pecho. Tiene el pulmón derecho perforado y apenas puede respirar por sí solo. Además, durante el trayecto ha perdido muchísima sangre… ahora mismo su estado es extremadamente crítico”, sentencia Mohammed Gazni Hatib, el único ‘cirujano’ a muchos kilómetros a la redonda.
Este jubilado de 68 años no puede contener la sonrisa cuando alguien se dirige a él como ‘doctor’… “No soy ni doctor, ni cirujano… soy anestesista”, confiesa risueño al ver la cara de sorpresa dibujada en nuestros rostros. “La gran mayoría del personal médico ha huido atemorizado… El régimen los persigue y los mata junto a sus familias para que sirvan de ejemplo al resto. Somos más peligrosos que los rebeldes porque nosotros podemos hacer que un combatiente herido vuelva a luchar…”, comenta. “A ojos del régimen somos vulgares criminales y nos persiguen como si fuésemos perros”, sentencia con ironía mientras se enfunda las manos en unos guantes de látex.
Saca de su funda una pequeña cuchilla de afeitar mientras, con los dedos, marca el lugar por donde comenzará a realizar una incisión. El frio acero corta con precisión la carne para, a continuación, introducir un catéter de plástico. Todo bajo la tenue luz de varios focos y de dos tristes linternas. Puede estar contento… no se han producido cortes de luz y no está operando a oscuras; como ha ocurrido en otras ocasiones. “Le he practicado un neumotórax; al pulmón le está entrando aire del exterior por ese agujero y la bala ha producido una hemorragia interna… Le hemos practicado el neumotórax para sacarle el aire y la sangre porque si no sé ahogaría por asfixia por culpa de la herida”, afirma mientras le fija el tubo con varios puntos. Las gasas cubiertas de sangre comienzan a amontonarse por doquier. Mientras, un enfermero situado en la cabecera de la camilla suministra vida al paciente apretando con suavidad un balón de oxígeno.
«Me he pasado más de 25 años de mi vida trabajando como anestesista…He aprendido a operar viendo cómo lo hacían los cirujanos en los quirófanos, pero mis conocimientos son básicos… Yo solo puedo sacar balas, solo… No soy capaz de atender a los casos más graves como heridos por metralla. Si vienen amputados o con graves heridas en la cabeza yo no puedo hacer nada por ellos; salvo rezar”, afirma. La guerra ha convertido, a marchas forzadas, a este hombre en un cirujano de urgencias. “El pasado mes de noviembre el único médico que quedaba en la ciudad huyó a Turquía cuando las tropas del régimen tomaron Taftanaz… Ese mismo día, registraron mi casa y destruyeron todo el instrumental que tenía en mi consulta”, sentencia este hombre que pasó más de media vida trabajando en el hospital Internacional de Idlib.
“Los hospitales, las clínicas o los ambulatorios son objetivo prioritario de las tropas cada vez que toman una ciudad; por eso nos hemos visto obligados a improvisar clínicas clandestinas para poder atender a los heridos. Si encuentran uno destrozan todo el material y queman el edificio para que nadie pueda volver a utilizarlo”, comenta. Desde casas particulares a mezquitas, pasando por sótanos o garajes… Cualquier sitio, por muy descabellado que parezca, puede contener en su interior una clínica clandestina. “Tratamos de que nadie en el pueblo sepa la ubicación de las clínicas para evitar que haya chivatazos o las vamos cambiando cada cierto tiempo. Puede que parezcamos paranoicos pero hacer eso puede ser la diferencia entre vivir o morir”.
Tras la marcha de los dos únicos doctores- uno a Alepo y otro a Estados Unidos- Mohammed Gazni Hatib se tuvo que hacer cargo de la clínica y de recibir a todos los heridos que le iba trayendo… fuese cual fuese su gravedad. “Con el instrumental que tengo no puedo hacer absolutamente nada. El material quirúrgico que tenemos son cucharas… Cucharas de la cocina de mi casa que he tenido que reconvertir para convertirlas en algo parecido a instrumental de quirófano y con el que poder operar…”, se lamenta con rabia mientras lanza una de las piezas contra la mesa. La cuchara hace las veces de separadores y un par de espumaderas sirve de separador de costillas… Este hombre ha tirado de todo lo que tenía a mano para montar un quirófano de urgencia en la parte posterior de una mezquita. “Así es imposible hacer nada”, se vuelve a lamentar mientras el suelo del quirófano comienza a llenarse de sangre procedente de la herida. “La anestesia que tenemos es insuficientes. Carecemos de todo. Nadie nos ayuda y así lo único que podemos hacer es ponernos en manos de Dios”, comenta un enfermero mientras con una mano sujeta una linterna y con la otra una bolsa de sangre.
Este es el enlace para apoyar el libro Siria: Más allá de Bab al Salam
También te puede interesar...
- Los mejores discos andaluces de 2022 - enero, 2023
- Poetas por el Clima de Córdoba lanza su I Certamen Nacional de Ecopoesía - septiembre, 2022
- Calle Los Negros, la memoria africana y flamenca de Málaga - mayo, 2022
