EuroVargas
Conocí una vez a un hombre que aseguraba no tener que viajar ya a ningún otro país, porque acababa de volver de Las Vegas y «allí lo había visto todo». Fascinado, me contaba que en aquella fastuosa metrópoli en medio del desierto se podían ver las pirámides de Egipto, la Torre Eiffel, el Big Ben y otras muchas maravillas del mundo, todas a un tamaño mucho más reducido con respecto a los originales, pero con la ventaja de estar agrupadas en una misma ciudad, lo que te ahorra el engorro de tener que viajar miles de kilómetros de un país a otro para hacerte la foto. Me imagino que a aquel pobre animal, de haber tenido la oportunidad de visitar las auténticas pirámides de Egipto, éstas le habrían decepcionado por viejas y polvorientas, como aquel personaje encarnado por Gila que aseguraba volver desilusionado de Atenas porque, según él, allí todo estaba roto y tirado por el suelo.
Es fácil figurarse ahora que semejante bruto estará de enhorabuena, porque ya pronto no tendrá ni que viajar a los Estados Unidos para deleitarse con lo mejor de la historia de la Civilización: dentro de unos años, Madrid recibirá a sus visitantes con torres de Pisa y estatuas de la Libertad de cartón piedra, fuentes de Swarovsky y chuleteros de neón. No nos riamos de la España que retrató Berlanga en ‘Bienvenido Mister Marshall‘, hemos cambiado muy poco desde entonces. Nos toca aplaudir a un señor americano, con muchísimo dinero y un historial demasiado turbio, que quiere convertir España en el puticlub de Europa, con la condición de recibir atractivas ventajas fiscales para su empresa y de poder saltarse según qué leyes, para su conveniencia. A cambio, se crearán miles de puestos de trabajo de peón de obra y limpiabotas, para que el español de clase trabajadora se consuele mientras una reducida élite tiene acceso a la formación universitaria.
Esta es la solución que nuestra mediocre y corrupta casta política ofrece como camino a la prosperidad y al desarrollo sostenible: la capital de España transformada en una despedida de soltero permanente, el chocho ultrajado de Occidente, un oscuro parque temático del dinero y del vicio, un monumento a la putrefacción de los valores de la Humanidad. Dentro de miles de años, unos perplejos antropólogos descubrirán bajo las arenas de la desértica Meseta Central cientos de fotografías nupciales de parejas ataviadas como Elvis y Marilyn. O, peor aún, como el Fary y la Pantoja, que aquí, al fin y al cabo, sabemos mantener con orgullo nuestra identidad frente al invasor. Es lo que tiene la evolución.
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