
Contra la dictadura de los mercados. Foto de TonoCano/SecretOlivo
El poder político, económico y mediático no pudo vaticinar la que se le venía encima. Ni tampoco acertó a explicarse a ciencia cierta cómo aquella masiva catarsis española fue progresivamente difuminándose, diluyéndose en un estereotipo de lo que apenas resta, un año después, la letra más o menos ocurrente de unas sevillanas.
A un año del 15-M, quienes no conocen sus procesos internos se preguntan si este movimiento sigue existiendo o ha sido domesticado hasta el punto de que acepte finalmente someterse al horario estricto y la severa disciplina que ahora le impone la Delegación del Gobierno de Madrid para ocupar la Puerta del Sol. Haberlo, haylo: el 15M no sólo fue una reedición pedestre de la movida madrileña ni consiste apenas en una acampada masiva, sino en un esforzado trabajo por barrios, en numerosas ciudades que no sólo se llaman Madrid. Sus análisis, su insubordinación, su discurso alienta a su núcleo duro y a otras líneas de trabajo que han surgido de su seno como un spin-off y que han alcanzado desde la intocable y hermética profesión periodística a un cónclave virtual y plural que se ha erigido en constituyente, apostando por una nueva Constitución, más realista que pragmática, más utópica que sumisa.
Antes del 15M, hubo otros 15M. Las movilizaciones del 30 de marzo y del 7 de abril de 2011 anticipaban algunas claves de su espíritu aunque, en ese momento, parecía restringido al ámbito juvenil y al de los estudiantes. El panfleto —en el mejor sentido de la palabra— de Stephen Hessel Indignaos ya circulaba entre las axilas más ilustradas de la progresía española, por lo que pronto los fabricantes de titulares bautizaron al movimiento como el de Los Indignados. También, desde el exterior, se le llamó Spanish Revolution. En cierta medida, sufrió el contagio de las primaveras árabes que por primera vez parecían influir desde el sur a la búsqueda de una mayor democratización en el norte. Sin embargo, como un efecto dominó, las protestas españolas se reprodujeron en el corazón de Londres, junto a la escalinata de Saint Paul, o en el de Manhattan, en Nueva York, a través de Ocuppy Wall Street.
En cualquier caso, no nació de la nada. Su estética era heredera, en gran medida, de la del movimiento hippy de los años 60, del mayo del 68 parisino y berlinés o del espíritu de la contracultura de la Transición democrática española. En el fondo, no se estaba inventando la pólvora sino recobrando una fórmula olvidada, tras las desmovilizaciones cívicas de los años 80 en nuestro país, justo después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o de nuestra incorporación plena a la OTAN en 1986, en plena era del desencanto. La gente volvía a estar encantada de hablar de política, de economía, de revolución y de cambio. Y de hacerlo multitudinariamente, a las claras del día y en la vía pública.
Se trataba y se trata —porque aún existe a pesar de las apariencias o del sospechoso silencio mediático— de un movimiento complejo: hoy en día, el aura dispersa del 15M no puede confundirse, por ejemplo, con el de quienes asumieron uno de sus primeros lemas, “Democracia real ya”, que constituye una formación definida dentro del espectro de ese inmenso colectivo, que sigue especialmente activo en la red. De hecho, el éxito de sus movilizaciones y de la extensión de sus mensajes no se comprendería sin la utilización efectiva de las redes sociales en un ciberespacio habitualmente dominado por la derecha en sus diferentes modalidades. Incluso dentro de una comunidad como la andaluza, resulta muy distinto el origen y evolución del 15M, en ciudades tan próximas y al mismo tiempo tan distantes como Granada, Almería, Málaga, Sevilla o Cádiz. En esta misma ciudad, prosperó durante varios meses un proyecto de utilización alternativa de un formidable edificio abandonado. La iniciativa se llamó “Valcárcel recuperado” y planteó una forma nueva de afrontar la utilización sociocultural y recreativa de los espacios públicos. Claro que todo aquello terminó como el rosario de la aurora, una vez finiquitadas las elecciones generales. Esto es, llegó el PP y mandó parar. De hecho, ni siquiera la represión adquirió caracteres similares en Madrid que en Barcelona, por ejemplo.
En el seno de sus diferentes asambleas, habitan creencias ideológicas bien distintas, desde marxistas a anarquistas, socialdemócratas, troskistas, cristianos de base, o simplemente espíritus libres sin formación política que mostraban un cierto hartazgo de la rutina democrática, de sus escandalosos brotes de corrupción y de su falta de respuesta ante una crisis de tal magnitud que el escritor Antonio Orejudo definió en un tweet reciente de forma expresiva: “Antes, eran las personas las que atracaban a los bancos”. Los conservadores que se aproximaron a las manifestaciones o participaron en algunas de sus convocatorias obedecían a posturas anti-sistema, más allá de los planteamientos convencionales del Partido Popular.
La aparición del 15M fue más oportuna que oportunista. En plenas elecciones municipales, se pronunció en contra del bipartidismo aparente y falsamente inevitable. Claro que, a la luz de los resultados de aquellos comicios y de las elecciones generales y autonómicas del 20 de noviembre, cabe plantearse que lograron acabar con la inercia bipartidista para convertirla en monopartidista. El PP arrasó y el PSOE fue arrasado. Desde entonces, el 15M pareció refugiarse en los cuarteles de invierno. En tal contexto cabe plantearse por qué fue tan activo durante la agonía del zapaterismo y por qué no lo ha sido desde entonces a pesar de que las reformas y recortes que están llevando a cabo los conservadores resultan a la práctica mucho más profundas y contundentes; hasta el punto de que no sólo afectan a los presupuestos generales, sino a derechos fundamentales, como el de la Educación, la Salud o las libertades públicas, por enunciar tan sólo los más llamativos.
Sin embargo, esa formidable paradoja no quiere decir que el 15M fuera instrumentalizado por el PP para sus fines electorales, como malician algunos líderes socialistas. El partido de las gaviotas apenas tuvo presencia en sus filas y el discurso que se planteaba desde los distintos focos de dicha movilización era netamente progresista. Entonces, ¿por qué le han puesto ahora sordina a su ideario? Quizá, en el fondo, se sintieran más molestos con el PSOE al interpretar que había usado en vano la palabra izquierda. A partir del negro mes de mayo de 2010, José Luis Rodríguez Zapatero llevó a cabo la voladura controlada de los avances que había logrado sacar adelante durante legislatura y media. Por la presión de los mercados, claro. Por la política de Merkozy y del Banco Central Europeo, vale. No obstante, muchos de quienes le habían votado y que se hicieron presentes en dichas protestas siempre le reprocharon al inquilino de La Moncloa que —rechace imitaciones— se disfrazara de Mariano Rajoy, en lugar de dimitir y convocar elecciones anticipadas bajo un programa distinto al que le llevó a ganarle el pulso a los conservadores en 2008, enarbolando las banderas keynesianas frente a la crisis de la deuda privada que terminó convirtiéndose en pública.
El año pasado fue el año pasado. Y hoy ya no sólo está en la calle el 15M. En las plazas públicas siguen movilizándose los estudiantes, los sindicatos, la izquierda toda desde la que antes ocupaba los Ministerios a la que hoy sigue ocupando los calabozos donde se persigue con saña judicial a la disidencia del neoliberalismo. Son, a las pruebas de esta historia me remito, quienes confían en el poder catalizador, movilizador y transformador del 15M. En unos meses, lograron infundir ánimos al alicaído imaginario del progreso, frente a las tesis triunfantes de los trilobites fósiles de la política y de la economía. Pero si no salen de sus escondites con su orgullosa máscara de Guy Fawkes y con la contundencia dialéctica del pasado, sus numerosos activistas sin nombre conocido correrán el riesgo cierto de convertirse en una simple camiseta de souvenir. Como ocurre hoy cuando evocamos la Transición democrática, el mayo del 68 o el movimiento hippy. Fue bonito mientras duró pero convendría que esto durase mucho más y, a poder ser, resultara más efectivo que aquellas viejas proclamas de libertad sin ira, la imaginación al poder y haz el amor y no la guerra.
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