Durante muchos años el gordo de José le preguntaba a la muleta: ¿A qué vienes si no te necesito?
Ahora José esta enfermo. Se ha caído y padece esguinces múltiples, fracturas y lesiones… Mira con ternura y necesidad a la muleta.
Cuando aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad, creyó que podía andar a la pata coja. Ahora reconoce que necesita el apoyo parcial de la muleta, durante mucho tiempo despreciada. El enfermo ahora no puede recorrer otra distancia que no sea la que va desde la parada al autobús. Nunca pensó que su hambre insaciable y su enorme volumen estaban en el origen de su enfermedad. ¿Lo será ahora?
Mientras tanto la muleta está contenta. Ahora está revestida de aluminio con amortiguación. Se ve y se siente imprescindible para el enfermo. Sabe que el enfermo verá aumentar las dificultades a la hora de subir o bajar escalones… La muleta sueña y se ve ya a la altura de las caderas. Se imagina con vida propia (es decir, autonóma). Piensa que el enfermo la aceptará y se acoplará. Sueña con mirar cara a cara…
Los enfermos que no modifican sus hábitos no reconocen la enfermedad. Entienden la disnea, la falta de aire, que padecen como una dificultad pasajera. Los enfermos que no cambian de hábitos suelen tener la suficiente inteligencia para recurrir a las muletas disponibles y la suficiente malicia para dar una patada a la muleta cuando se han recuperado. ¿Sueñan las muletas con enfermos crónicos?
¡Ay!
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