Blas Infante: La difusión de su Ideal
Blas Infante, en un nuevo periodo de obligada calma en su acción pública, prosigue con su actitud permanente de estudio y reflexión. A través de sus Cartas Andalucistas, mantiene vivo el contacto entre los miembros del movimiento andalucista, a la vez que continúan con la difusión de su ideal. En un gesto lleno de complicidad y respeto, Blas Infante visita y lleva las publicaciones liberalistas al presidente Lluís Companys y los consejeros de la Generalitat catalana, detenidos por el nuevo Gobierno conservador en el penal de El Puerto de Santa María.
Pese a todo, el papel de la Junta Liberalista fue más pedagógico que propiamente político. No faltó nunca a las citas oficiales y propició siempre la iniciativa, el diálogo y el consenso. Su actividad pública por la geografía andaluza fue constante e intensa, dotándose de algunos medios de comunicación como Pueblo Andaluz (1931) y Andalucía Libre (1932), o colaborando con entidades como el Centro de Estudios Andaluces que, desde el Alcázar de Sevilla —ahora como patrimonio municipal— se convertirá en un estrecho colaborador a instancias de Alfonso Lasso de la Vega. Con personalidades de distinto signo y con los Ayuntamientos que apoyasen la autonomía impulsará también la constitución de una Federación Andaluza de Municipios Autonomistas (fadma). Los resultados, al margen del respaldo institucional, fueron muy limitados, lo cual no resta importancia y simbolismo al esfuerzo.
Para aquel entonces, la bandera verde, blanca y verde, establecida en la Asamblea de Ronda durante 1918, será oficializada y dada a conocer su simbología. Los izados de la enseña descrita se convertirían en actos de afirmación andaluza y pro autonómica. Caso distinto ocurre con el escudo de Andalucía, para el que, antes del Hércules y los dos leones (hoy oficializados), se utilizará un diseño síntesis de las ocho provincias. Del mismo modo, y aunque las instituciones de aquella época promoverán el pasodoble Giralda del maestro Juarranz como propuesta de himno andaluz, la Junta Liberalista aceptaba y registraba su propia propuesta: la letra de Infante con música y orquestación del maestro José del Castillo, director de la Orquesta Municipal de Sevilla. La misma composición que hoy conocemos oficializada y que fue estrenada el 7 de julio de 1936 en un concierto de dicha banda en la plaza de San Lorenzo, basada en la melodía de aquel Santo Dios que oyera desde su infancia.
El triunfo electoral de las formaciones de izquierdas agrupadas bajo el nombre de Frente Popular, en febrero de 1936, reactivará la labor de los círculos progresistas. De nuevo, la Junta Liberalista volverá a solicitar a la Diputación de Sevilla que retome la movilización antes emprendida y las bases estatutarias redactadas en el foro cordobés de 1933. En esta ocasión, tampoco se superarán muchos de los recelos anteriores, pero en aquellos meses se volverían a multiplicar opiniones y artículos en los medios, actos públicos o izados de banderas. Los partidos de la izquierda habían reconocido el hecho de que la descentralización de España mediante autonomías sería una manera de consolidar el espíritu innovador de la República frente a las fuerzas reaccionarias que ya la acosaban sin pudor alguno.
Fruto de esta reactivación pro autonómica será una nueva cita regional el 5 de julio de 1936 en la sede de la corporación provincial hispalense, ocasión a la que se invita sólo a diputados, entidades provinciales y a los representantes de municipios cabeza de partido judicial. Allí se acordará retomar el texto elaborado en Córdoba, impulsar una nueva campaña sensibilizadora y convocar una nueva asamblea regional para el último domingo de septiembre de ese mismo año. Los reunidos nombrarán a Blas Infante Presidente de honor del organismo Acción Pro Estatuto, en reconocimiento a sus esfuerzos en favor de la autonomía a lo largo de su vida. Un foro éste de representantes de Ayuntamientos, Diputaciones y partidos, responsable de difundir el articulado de 1933, excitar el debate sobre el mismo y proseguir con el proceso constitucional hacia una autonomía que sólo el golpe militar del 18 de julio cortaría de raíz.
La insurrección golpista y la posterior guerra vienen a impedir dramáticamente el proyecto autonómico como otros muchos de carácter progresista. Blas Infante será arrestado en su casa de Coria el 2 de agosto de 1936 y, trasladado con posterioridad al cuartelillo de Falange de Sevilla situado en en la sede de la Cámara Agraria de la calle Trajano y, más tarde, a la improvisada prisión instalada en el cine Jáuregui. Su mujer y sus amigos intercedieron por él, pero la noche del 10 de agosto sería sacado junto a otras autoridades de la Sevilla republicana y conducido hasta el kilómetro cuatro de la carretera de Carmona, donde sería fusilado. Justo en el mismo lugar donde fue asesinado, una efigie suya y una bandera andaluza le recuerdan hoy, un espacio protegido y adecentado donde se suceden las celebraciones y su figura es recordada. Un cruel homenaje a la exitosa resistencia civil que algunos sectores de la ciudad tuvieron, ese mismo día pero durante 1932, contra la intentona golpista anti republicana del general Sanjurjo. Pedro Parias, por entonces gobernador civil de la ciudad, no mostró piedad alguna con el marido de su sobrina, Angustias García Parias.
Todo indica que sus restos, como los de tantos otros demócratas, fueron a parar a alguna de las fosas comunes del cementerio San Fernando de Sevilla, donde siguen reposando. El libro oficial de enterramientos que se conserva en dicho camposanto posee, durante ésa y otras fechas cercanas, numerosas páginas en blanco que, desde el anonimato, dan testimonio numérico de los cientos de cuerpos asesinados y allí arrojados durante los primeros meses del golpe a causa de la brutal represión.
El 4 de mayo de 1940, casi cuatro años después de su fusilamiento, una sentencia del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas pretendió burdamente justificar su asesinato condenándolo por haberse significado «como propagandista para la constitución de un partido andalucista».
Está demostrado que Blas Infante había participado en distintas convocatorias electorales, e incluso que había tomado partido puntualmente por algunas siglas, siempre de carácter progresista y federal. Sin embargo, desde su abierta crítica a una vida política profesionalizada capaz de cualquier cosa para invitar al voto, nunca aspiró a convertir su movimiento en un partido político. De ahí lo paradójico del argumento.
Aquella sentencia le condenó «en un caso de responsabilidad política» con carácter «grave», justificando de esta forma el bando golpista aquel asesinato político, sin garantías jurídicas y con un manifiesto carácter retroactivo. En paralelo a su condena, se le impuso además a su viuda una multa de dos mil pesetas. En el Registro Civil de Coria del Río se encuentra certificada su defunción a consecuencia —se dice—, de la aplicación del bando de guerra. En este trágico final y ante los hechos que lo envuelven, poco diferencia a Blas Infante de otros asesinados, desaparecidos o represaliados por el golpe. La muerte siempre, máxime la injustificada, nos iguala a todos.
Blas Infante, más allá de ser un pacífico ciudadano, demócrata y un republicano profundamente convencido, fue un andaluz humilde y comprometido que luchó por una Andalucía Libre de todo tipo de injusticias: por eso le asesinaron. Sin embargo, la historia reciente de los andaluces y andaluzas se encargaría de amnistiarle. Con la motivación y los argumentos suficientes como para ocupar un lugar relevante en nuestro vigente autogobierno.
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