Raíces

Siete vueltas a la tumba

El destierro de Al Mutamid y el viaje de Blas Infante (V)

Siete vueltas a la tumba Siete vueltas a la tumba

A 15 de septiembre de 1924, Blas Infante alcanza la tumba de Al Mutamid. Ya nada volvería a ser lo mismo. Y es allí, como un creyente laico, como un mumin, cuando reproduce el ritual que se realiza en la Meca, como el havy, uno de los cinco pilares de obligado cumplimiento en el Islam: curiosamente, Blas Infante da siete vueltas a la tumba de Al Mutamid, en sentido opuesto al de las agujas del reloj, a semejanza de las siete vueltas que los peregrinos musulmanes dan en la Meca en torno a la Kaaba.

Incluso existe un testimonio, expreso por Muhammed Ali Cherif Kettani en su libro Inbia’t al Islam fi Al-Andalus, escrito en árabe y cuya traducción podría ser “El resurgimiento del Islam en Al-Andalus”, en el que se insiste en la idea de que Blas Infante se habría convertido entonces al Islam. Editado por la Universidad de Islamabad en el año 1992, este ensayo asegura que ocurrió un 15 de septiembre de 1924, cuando haría la Shahada en una pequeña mezquita de Agmhat, adoptando el nombre de Ahmad: “Sus testigos del acto por el que se reconocía musulmán fueron dos andalusíes nacidos en Marruecos y descendientes de moriscos: Omar Dukali y otro de la kabila de Beni-Al-Ahmar”.

Blas Infante a la antigua usanza marroqui 1924

Blas Infante a la antigua usanza marroquí

Es el propio Blas Infante quien confirmará alguno de estos extremos: “Y lo más particular es que en los términos o realidades subjetivas que se desarrollaron en mi peregrinación a Agmhat, averiguo actos interiores que se expresaron con autenticidad gracias a las ceremonias o exterioridades del Ritual de los Alhiches (peregrinos) a la casa de Dios, la prohibida, la Caaba. Es decir, que, inversamente, los ritos muslímicos de la peregrinación a la Meca, son para mí la traducción mágica en actos materiales, o la aprehensión mimética externa (sin sentido para algunos como tales exterioridades culturales de cumplimiento mecánico) de hechos interiores plenos de significado profundo, expresivos del dinamismo espiritual que se verifica durante el transcurso de toda verdadera peregrinación”.

Cierto es que a su regreso no se conoce que siguiera la práctica del Islam, aunque quizá lo llevara a cabo en taquilla, es decir, en la intimidad, para evitar problemas profesionales o personales. En cualquier caso, siempre reivindicó su profunda relación con Andalucía. E intentó contribuir a restaurar su historia a través, por ejemplo, de los Centros Andaluces.

Así, escribe: “La historia del Islam peninsular ha sido descuidada durante mucho tiempo por el historiador profesional, el medievalista; quizás como resultado de la pervivencia, a través del nacionalismo (español) moderno de la vieja idea de “reconquista”, que tendía a considerar la presencia del Islam en la península como un accidente incapaz de sustentar derechos adquiridos de ningún tipo. Esto, unido a la falta de documentación adecuada, justifica el retraso de la investigación histórica sobre Al-Ándalus”.

Sus conocimientos de árabe le llevaron incluso a enseñar dicha lengua en los salones del Alcázar de Sevilla o en el primer Centro Andaluz, en donde se imparten clases de dicho idioma ante unos 60 alumnos, tanto por su parte como por el magrebí Abd El-Kader. Incluso la revista Amanecer, que se edita desde 1933, aparece publicada en edición bilingüe en castellano y en árabe para, según decían en su editorial, “enseñar a los moros la aspiración del Centro Andaluz relativa a llegar a restablecer con ellos nuestra antigua comunidad cultural, y a que nos llegase a servir de instrumento de hermandad con los moros andaluces (…) por ser los más cultos de todo el litoral africano norteño”. En sus páginas, se llega a reclamar al gobierno de la época la entrega de la Sinagoga de Toledo a la Comunidad Hebrea y la Mezquita Aljama de Córdoba a la Islámica.

Es más, en 1931, según recuerda Ali Manzano, las Juntas Liberalistas inician una campaña a favor de la construcción de una mezquita en Sevilla “no con ánimo de hacer profesión o confesión de una religión determinada, sino con el objeto de afirmar la libertad y pluralidad religiosas, elementos de síntesis de la Historia de Andalucía”. Para ello, elaboran un cuestionario para los lectores: “¿Qué lugar de Sevilla sería el más a propósito (sic) para situar el templo musulmán? ¿De cuáles medios pudiéramos valernos para allegar los necesarios recursos?”.

Noventa años más tarde, por cierto, esa mezquita sigue sin construirse en la capital de Andalucía, víctima de la intransigencia religiosa de la mayoría cristiana. La misma intolerancia, aunque de distinto signo religioso y político, que llevó al destierro de Al Mutamid, casi mil años antes.

Juan José Téllez
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