Raíces

El viaje de Blas Infante: de Silves a Agmat

El viaje de Blas Infante: de Silves a Agmat

El destierro de Al Mutamid y el viaje de Blas Infante (III)

La sala de las pléyades

También Hagerty se hace eco de la detención y condena de un bandido al que llamaban El Halcón Gris. Se cuenta que tras su captura y crucifixión en los alrededores de la ciudad, aún tuvo fuerzas Halcón Gris para engañar a un mercader, al que atrajo a la cruz y le indicó el lugar donde había ocultado su último botín. Se trataba de una treta, pero el mercader ambicioso accedió a hacerse con dicha fortuna. Sin embargo, mientras descendía al pozo, la mujer del bandido cortó la cuerda y robó el burro y las mercaderías.

Cuando lograron encontrar al mercader, mandó el rey Al Mutamid llamar a su presencia al ladrón, preguntándole cómo era posible que en su situación hubiera perpetrado un nuevo crimen, a lo que Halcón Gris contestó que si el rey supiera lo delicioso de engañar a la gente, dejaría su trono para dedicarse al bandidaje. Según contaban los admirados sevillanos de la época, Al Mutamid no sólo le perdonó la vida, sino que le dio un puesto en su guardia real.

Durante su reinado, estimuló los estudios musicales pero también las manufacturas de algodón que se exportaban a Oriente. Se incorporó a la gastronomía andalusí el almíbar, que en árabe viene a significar ducle. Y se reconstruyeron castillos o fortalezas, como el de Alcalá de Guadaira o el Alcázar de Sevilla, algunos de cuyos espacios —al-Turayya o sala de las Pléyades— ofrecen un claro testimonio de su gusto por la astronomía. Sus poemas, por ejemplo, hablan de naw, una ajustada descripción del crepúsculo que es el “ocaso de la estrella en el oeste con el alba, concordante con el nacimiento a la misma hora de otra estrella que se le opone”. El orto y el ocaso están presentes en sus versos, porque estaban presentes en su vida, al igual que fenómenos atmosféricos, como la lluvia, el viento, el frío o el calor.

Quisiera saber si pasaré todavía otra noche
teniendo delante y detrás de mí un jardín y un estanque.
Sobre una tierra que hace crecer los olivos,
que transmite nobleza,
en la que se arrullan las palomas y gorgojean los pájaros.

Hay un claro conocimiento del universo inmediato en aquellos otros versos en los que describe la alquimia del vino:

El licor te ha llegado de noche, en un traje de día hecho
de su luz y de su túnica de cristal.
Comparables a Júpiter (al-Mustari)
envuelto por su planeta Marte (Mirrij).
Cuando sumergido en el agua,
está rodeado de una ardiente brasa.
La congelación de uno y otra
se ha hecho tan graciosamente,
que se ha armonizado,
y estos dos contrarios
no han cogido a su opuesto por antipatía.

También, bajo su reinado, Sevilla vio levantarse nuevas mezquitas, como la actual iglesia de San Andrés. Hasta su corte, llegaron teóricos como Ibn Hazm, el geógrafo Al-Bakri o el astrónomo Azarquiel, el célebre Al-Zarkali. Al Mutamid nunca se entregaría a la desesperanza, ni siquiera cuando lo perdió todo. Fue entonces cuando escribió lo siguiente:

Abreva a golpes redoblados tu corazón, pues más de un enfermo se ha curado así, y arrójate en la vida como sobre una presa, pues su duración es efímera. Incluso si tu vida durara mil años completos, no sería exacto decir que es larga. ¿Te dejarías llevar por la tristeza hasta la muerte cuando el laúd y el vino fresco están aquí y te esperan? Que la preocupación no se adueñe de ti a viva fuerza, en tanto que la copa es como una espada centelleante en tu mano. Conduciéndonos con cordura, las contrariedades nos acosan hasta lo más profundo de nuestro ser; ser cuerdo, para mí, es no serlo«.

De Silves a Agmat

En 1978, a partir de una fotografía que le cediera la familia de Blas Infante, el periodista Antonio Ramos Espejo publica en las páginas de Ideal y de Triunfo un reportaje sobre su búsqueda del paradero último de Boabdil y de Al Mutamid, desde Tetuán a Marrakech. En 2000, volvería a publicar dicho testimonio bajo el título de Más lloraron los reyes andaluces, emparentando su destierro con el retorno a la Península de los inmigrantes clandestinos en las pateras de la globalización concebida a la medida de los mercaderes. A Ramos le asombró comprobar cómo, junto a la tumba del rey poeta de Sevilla, descubrió que quienes la cuidaban estaban convencidos de que eran sus descendientes, quizá a la manera de cómo su abuelo soñaba que formaba parte de la estirpe mítica de un rey legendario.

Lo cierto es que Blas Infante se sintió prontamente interesado por la figura de Al Mutamid. De hecho, en 1920, mucho antes de su célebre viaje a Marruecos, escribe un drama titulado Motamid, último rey de Sevilla, emparentando su biografía con la propia encrucijada andaluza, enclavada a mitad de camino entre la intransigencia de almohades y almorávides y la intolerancia castellana. En su hipótesis teatral, Motamid aparece como un símbolo del pacifismo y de la voluntad de convivencia, en las antípodas del fanatismo de uno y otro signo. Como un símbolo palpable de lo que, a su juicio, fue Al Andalus, aunque necesariamente ni Al Mutamid ni Al Andalus fueran siempre necesariamente así.

A Blas Infante, va a fascinarle el Corán de “aquellos que leen el Libro como deben leerlo”. Así que, en 1924, emprende la búsqueda de la tumba de Al Mutamid, en Agmat. Y cuatro años después, llega a a la localidad portuguesa de Silves, donde se educó el amante de Rumaiquiya.

Fue una aventura personal de enorme trascendencia, tanto en el plano político como en el de su ideario cultural. En el transcurso de aquel viaje iniciático, sabemos, por ejemplo, que en un patio de Rabat, Blas Infante escucha por primera vez una nuba arábigo-andalusí, una música coral en la que él aprecia similitudes con el cante flamenco y que le llevará a estudiar el origen histórico del cante jondo. Pero aquel viaje iniciático encerró mucho más.

Para algunos musulmanes andaluces contemporáneos, el viaje marroquí de Blas Infante supone la recuperación del Din, el llamado camino del Islam. Una shahada en el amplio sentido de la palabra, que supondría su reconocimiento personal como mahometano, como plantea, por ejemplo, Ali Manzano, quien llegó a escribir: “La Intuición de Andalucía lleva a Blas Infante al Islam, al descubrir, al intuir, la importancia y la influencia del Islam en el movimiento revolucionario que a partir del siglo VII comenzó a provocar el despertar del genio andaluz, hasta el afloramiento de esa civilización que denominaron Al Andalus, orgullo de todo andaluz y objeto de la envidia universal”.

Infante se aproxima al pasado de Al Andalus a través de las obras de Ribera y Tarragó, Asín Palacios, Dozy, o Levy Provençal, etc. Así que tomó la decisión de bajar hasta Agmat, seiscientos años después de que lo hiciera Ibn al-Jatib, hayib de Granada, que visitara entonces la tumba del legendario rey. Frente a ese criterio, resulta dudoso que Blas Infante abrazara plenamente el islam. Conservamos, por ejemplo, los manuscritos en los que anota su horario cotidiano:

De 10 a 11.- Religión y filosofía.
De 11 a 1.- Estudio: peregrinación.
De 1 a 2.- Revistas.
De 2 a 3.- Idiomas.
De 5 a 7.- Notaria.
De 7 a 8.- Música.
De 8 a 9.- Clase.
De 12 a 2.- Escribir.

¿Dónde están los rezos y abluciones diarias a los que todo musulmán se obliga a partir de las prácticas que fijan las ibadas? No siempre, claro. Y en aquella España todavía no se aceptaba la libertad religiosa y la profesión de otra fe distinta a la cristiana podría llevarse a efecto bajo la discreción más absoluta. Cada día, eso sí, dedica Infante una hora para el estudio de Religión, refiriéndose sin duda al Islam y al Corán, del que fue un gran conocedor, como lo demuestran los dos Coranes de su biblioteca, manuscritos en los márgenes con sus comentarios. Por no hablar de otros libros complementarios tan importantes como Viaje a la Meca, de Mariano Pano.

Sabemos que Infante, por otra parte, aprendería el árabe con gran perfección, como lo demuestra el relato de la hija de Blas Infante, Luisa Infante y que Enrique Iniesta lo recoge en su obra Blas Infante, toda su verdad: “De un aduar perdido, salieron varios hombres con espingardas amenazantes, que iban derechos a los tres viajeros (Infante, García Vidal, y Ben Moussa, chófer conocedor del chelba y oraní), don Blas agarró el brazo de José Luis: ¡calma Vidalito! Y se dirigió en árabe a los atacantes, que se inclinaron ante el nombre de Mutamid y le invocaron con el título de “sultán de los sultanes”. Lo cuenta Luisa Infante.

Juan José Téllez
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