Las palabras cambian las biografías, las biografías cambian la historia, la historia cambia el mundo. En 1987, mi colega Lucas y yo vivíamos en Bonn. Nos dedicábamos a aprender alemán, a estudiar reformas del estado y, en ratos libres que eran los más del día, a escribir tonterías en los papeles.
Nuestros mejores amigos en aquella ciudad eran Claudia y Stefan. Ella bailarina, él trabajaba como asesor de un diputado conservador del Bundestag. Los dos habían nacido en una pequeña ciudad renana, formaban pareja estable desde la adolescencia, y todo en aquel invierno giraba en torno a la boda que celebrarían en verano.
Una noche, después de haber cenado con ellos, Lucas tomó un papel amarillo. Distraído y ensimismado, fue caligrafiando una frase en francés: “Je t’adore”. Cuando terminó, le entregó el papel a Claudia, y ella lo guardó con elegancia, sin dejar que lo leyera su novio. Je t’adore era una expresión que nos gustaba mucho a Lucas y a mí, la repetían nuestros amigos más cultivados que estudiaban en París, y nosotros la dibujábamos con cuidado, utilizando una caligrafía arabizante.
Días después de aquella cena, le abrí la puerta de nuestra casa a Claudia. Con toda seriedad, venía a hablar con Lucas. Lo esperó sentada en el sofá sin dejar de sonreír con cortesía. Cuando Lucas llegó, le comunicó una decisión muy meditada: dejaba a su novio y se venía a vivir con él. Al principio, Lucas pensó que se trataba de una broma: «Para vivir juntos, al menos deberías preguntarme antes» —objetó. Entonces ella aclaró el malentendido: «Pero tú ya me has dicho por escrito que estás enamorado de mí».
Los alemanes dicen lo que dicen y escriben lo que escriben: si leen “Je t’adore”, en un papel de colores, traducen y concluyen que eso es una declaración formal de amor. Analizan y deciden. En cambio nosotros, los barrocos del sur, hablamos y hablamos, escribimos y a nadie se le ocurre pensar que lo que decimos o escribimos vaya a ninguna parte. Sin embargo, aquella frase cambió tres vidas: con una depresión muy seria, Stefan abandonó su trabajo en el parlamento y se dedicó a la pintura callejera en la Costa del Sol. Abatida por la negativa de Lucas, Claudia se dedicó al alcohol y a la caza del hombre. Vive ahora en un pueblo de la Vega de Granada y comparte su vida con un rebaño de gatos malolientes que la siguen a todas partes. Lucas es catedrático de una universidad andaluza, está casado y tiene muchos hijos. Según los patrones de la convención social, Lucas es un hombre realizado, pero él se sentiría mucho mejor si nunca hubiese escrito aquella frase, al menos no se sentiría tan débil y tan frívolo, tan bocazas. Hace un mes comenzó su primer tratamiento con antidepresivos desinhibidores. Está pensando seriamente en no concurrir a las próximas elecciones al parlamento andaluz. Una alumna acaba de denunciarlo por dejarle mensajes obscenos en el teléfono móvil.
También te puede interesar...
- Tan vieja y tan nueva… - febrero, 2016
- Córdoba revelada - noviembre, 2015
- Arte de la crisis, crisis del arte - agosto, 2015

