Opinión y Pensamiento

Extranjería: aprender a pronunciar nombres difíciles (2)

Extranjería: aprender a pronunciar nombres difíciles (2)

Sorprendentemente pasaron de largo por una estantería. No pregunté. ¿Estarían cansados por hoy?… Sin embargo sus nombres eran tan impronunciables como el resto: Baldwin, Poe, Sontag, Faulkner, Carver, Bowles… ¡Qué raro! Al fin, a la altura de mis ojos estaba la clave: la balda tenia un tejuelo que decía: Literatura Norteamericana. No solo estaba a la altura de nuestros ojos, estaba fundamentalmente a la altura de su intuición e inteligencia deductiva y ellos conocían que no era necesario el visado para…

Hablaban por el móvil. Escuché en algún momento el nombre de Vargas Llosa… “¡Está bien!”, comentó uno de ellos. (Vargas Llosa tiene desde hace años la nacionalidad española). Borges, Cortázar… “¡El primero por reagrupamiento familiar y el segundo por arraigo!”, respondí como quien tiene aprendida la lección de la resistencia, el mecanismo de respuesta. Titubearon. Los dejaron sobre una de las mesas de estudio. Y fueron colocando en ellas a García Márquez, Martí, Puig, Bioy Casares… Manipulan una antología de Juan Gelman. “¡No lo toquen! ¡De este me hago cargo yo! Si quieren firmo inmediatamente un acta notarial por el que me comprometo a su alojamiento y manutención. Estoy dispuesto a contratarlo. Solo el puede cuidar de mí. Estoy mayor y ya me conoce lo suficiente para consolarme. Es mi medicina”… (Este viejo superviviente, judío argentino, abuelo de desaparecidos, es posiblemente una de las voces poéticas más singulares y hermosas de la actualidad).

Uno de ellos introduce lentamente su mano por el hueco que queda tras la primera fila de libros. Coge uno y lo abre… “Aquí no hay dudas, ¡se llama Rosario Castellanos!”, pronunció con total normalidad (no se me ocurre indicar su origen mexicano). El agente abre el libro y recita el final de su impresionante poema Lamentación de Dido: «Mi nombre es Dido y el dolor me ha hecho eterna». “¡Qué triste!”, acierta a comentar. Lo vuelve a colocar —con suavidad— en su no lugar (suelo esconder mis nombres preferidos con tal de aumentar mi asombro y sorpresa al encontrarlos).

En el curso de su búsqueda pasan de largo por Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Fernando de Rojas, Blanco White —aunque con este último dudan—. Todos son nombres de fácil pronunciación y, por lo tanto, no generan incertidumbre. Si supieran que todos ellos sufrieron la sospecha y persecución de nuestra inefable Inquisición

La tensión crece. Esta orgía de identificaciones nos tiene a los libros y a mí en un permanente desasosiego. “¿Quiénes son estos?”, preguntan, “¿de dónde vienen?, ¿qué hacen aquí?” Voy pronunciando sus nombres con la mayor suavidad de la que soy capaz: Ben Okri, nigeriano; Wole Soyinska, sudafricano; Naguib Mahfuz, egipcio… “Este último ya ha muerto, ¡ya ha muerto!”, les aclaro a modo de coartada nerviosa. De nada sirve. Todos son volcados a unas cajas metálicas que traen consigo. Sobre mi mesa estaban dos textos que se les escaparon. Eran de nombres muy de aquí y, supongo, no les llamaron la atención: Leyendo como una mujer la imagen de la mujer, de —¡siempre, siempre presente como el dolor!— Lola Luna y el texto manuscrito de Antonio Manuelun verdadero acontecimiento en mi vida— sobre La huella morisca.

Uno que viste de paisano, es el que contrae y dilata el tiempo de la búsqueda, se dirige a mí: “¿No sabe usted que según la ley que está a punto de aprobarse se considerarán infracciones graves y muy graves promover la permanencia irregular en España y consentir la inscripción en el Padrón por parte del titular de una vivienda que no constituya el domicilio real de los que tienen un nombre difícil de pronunciar? Y usted está realizando ambos delitos”, me dice. “Lamento mucho tener que informarle de que se le abrirá un procedimiento sancionador y que estos libros irán directamente al Centro de Internamiento (eufemismo de reclusión) de Málaga para proceder a su devolución y expulsión”…

En tono más pausado y pedagógico, me intentaba explicar que toda esta panoplia de medidas nos venían impuestas por la recientemente aprobada —en la Unión Europea— Directiva de Retorno (popularmente conocida como Directiva de la Vergüenza) y que ellos no podían hacer otra cosa que lo que hacían… Yo sólo pretendía que aprendiesen a pronunciar estos nombres difíciles. Cuando uno aprende a nombrar, está aprendiendo a aceptar. “Es más —añadió el agente de paisano—, usted debe recordar lo que públicamente dijo nuestro presidente del Gobierno, el señor Zapatero, respecto a todos los que se oponían a esa Directiva”: “Tienen una ignorancia supina o desarrollan una demagogia irresponsable”. “¿A qué grupo pertenece usted?”, me conminó a responder. “A la vista está que al primero, ¡soy un ignorante supino!”, le respondí con excesiva rapidez. (Un idiota moral es aquel que hace un uso tramposo, oculto y tergiversado de la verdad).

Se marcharon. ¿Qué será de todos los que no pueden refugiarse en las Bibliotecas y cuyos nombres son difíciles de pronunciar?: Demba, Hassani, Omar, Yahia, Ostrowski, Bensaid, Adama, Cohen, Laila, Singer, Rashida, Bilal, Dmitrenko, Mohammed, Yoel, Houssmedine, Eliezer

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