Espacios naturales

La muerte lenta del Guadalquivir

La muerte lenta del Guadalquivir

Exceso de sólidos en suspensión que enturbian el agua e impiden que pase la luz necesaria, niveles de oxígeno por debajo de lo recomendable para mantener la biodiversidad, peces aptos para el consumo humano impregnados de una potente toxina… Estos son algunos de los graves efectos para el Guadalquivir provocados por décadas de acción humana irresponsable en el estuario del río.

Durante más de cuatro años, un equipo de investigadores del CSIC ha estado recopilando más de 80 millones de datos sobre las aguas del río por encargo de la Autoridad Portuaria de Sevilla, interesada en dragar para que puedan entrar barcos de mayor tamaño hasta la capital andaluza. Estos datos se han capturado por un avanzado sistema de sondas, pionero en Europa. Los resultados se han presentado en el informe Propuesta Metodológica para Diagnosticar y Pronosticar las Consecuencias de la Actuación Humana en el Estuario del Guadalquivir. En él, se concluye que el estuario del Guadalquivir es hoy en día un ecosistema muy alterado, con sus funciones naturales minimizadas, inhibidas o simplemente anuladas.

Esta es la situación actual, pero históricamente la cosa era muy diferente. En la época de los fenicios y romanos, en la zona “había un intercambio de nutrientes efectivo entre el mar y el río; el sistema funcionaba como un pulmón”, explica el gaditano Javier Ruiz, experto en Ecosistemas Marinos del CSIC y codirector, junto al ingeniero de Costas de la Universidad de Granada Miguel Losada, del estudio. Los problemas comienzan en el siglo XX, en la década de 1930, cuando se construye la presa de Alcalá del Río para regular el flujo de agua dulce. La situación se agrava a partir de los cincuenta, al desecarse ramificaciones del río para cultivar arroz y eliminar meandros para facilitar la navegación. Esto transforma el pulmón en un canal recto, cuyas consecuencias “son todas negativas”, afirma Javier Ruiz.

Al rectificar el río, se acumulan demasiados sólidos en suspensión y las tasas de renovación de aguas son bajísimas, “lo que hace que pase menos luz para hacer fotosíntesis en el interior del río. La luz apenas penetra unos centímetros bajo la superficie. El metabolismo del río se convierte en heterótrofo; es decir, deja de generar energía orgánica a partir de la del sol, como debería ser”, explica el científico, que ilustra el problema con una imagen clara: “Más que un ecosistema parece un intestino”. Lo que sucede es que este ecosistema modificado por la acción humana consume oxígeno en lugar de generarlo, provocando hipoxia (niveles de concentración de oxígeno por debajo de lo recomendable), y esto “afecta directamente a la biodiversidad del estuario, que podría tener más riqueza de especies de la que tiene”.

A este problema hay que añadir el del exceso de dióxido de carbono liberado por el consumo de oxígeno. La consecuencia de esto es que se disuelven las estructuras calcáreas de los moluscos, sobre todo los más pequeños.

La carencia de luz en el interior del río puede tener consecuencias aun más graves que estas. Las aguas del Guadalquivir contienen un alga que genera una potente toxina, que la luz elimina. Al no pasar suficiente luz, no se elimina la toxina, por lo que esta “acaba acumulándose en la cadena trófica”, advierte Javier Ruiz. Los científicos que participaron en el estudio encontraron niveles altos de este veneno en el interior de peces que solemos comer.

El científico del CSIC también comenta que la propia geografía de la zona puede peligrar: “Al hacer el canal recto, el estuario tiende a cerrarse, porque se acumulan sedimentos y arena en la margen derecha, desde el lado de Doñana hacia Sanlúcar. Esto está a su vez provocando la erosión de playas como la de Matalascañas”.

Llevarle la contraria a la naturaleza en aras de un supuesto progreso puede acabar amenazando la integridad de un hábitat sin igual en Europa, pero también la de sus vecinos. Pero nadie parece demasiado interesado en encontrar soluciones. “El problema es que hay muchas competencias mezcladas. Lo que se necesita es tener una visión global del ecosistema desde las distintas instituciones”, afirma Ruiz. Para él, el primer paso sería recuperar “zonas de inundación mareal” y, a la larga, no luchar contra el cambio global, que en el estuario implica que, en el futuro, el mar anegará zonas ahora desecadas.

Dejar las cosas como están o insistir en ir en contra de la naturaleza supondrá condenar al río emblema de Andalucía a una muerte lenta. Y se entiende que nadie quiere eso… ¿no?

Miguel Blanco
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