El vuelo eterno de Ibn Firnás
Siempre hemos soñado con volar, con surcar el cielo azul divisando todo cuanto nuestra vista pudiera abarcar, intentar llegar más alto y más lejos, sintiendo el aire envolviéndonos entre sus brazos. Usar las ráfagas que nos mandara el dios Eolo para mantenernos suspendidos cual halcón peregrino al acecho de su presa. Contemplar ríos, valles y montañas desde una atalaya celestial.
Para la mayoría siempre ha sido solo eso, un sueño, pero para muchos la obsesión dominó al sueño y la desesperación por la negativa de la madre naturaleza a poder volar la transformaron en desvelo por conseguir los medios necesarios para desafiar lo impuesto. Así, en nuestra historia aparecen ícaros, leonardos y un largo etcétera de genios empeñados en no doblegarse a la ley de la gravedad, aunque la mayoría ni tan siquiera supiera que esta existía. Pocos, muy pocos saben que el primer hombre que realizó intentos científicos para volar era andaluz… Sí, otro genio olvidado.
Abbás Ibn Firnás (Ronda 810- Córdoba 887) está considerado ese primer hombre. Vivió durante el emirato Omeya de Al-Andalus, y trabajó enseñando poesía en la corte de Abderraman II. Proto humanista, químico, astrólogo y científico andalusí, entre sus inquietudes sobresalía una de manera relevante: deseaba volar con todas sus fuerzas.
Ibn Firnás diseñó un reloj de agua, fue el primero en desarrollar la técnica de talla del cristal de roca; hasta esa fecha, solo los egipcios sabían facetar el cristal. Construyó un planetario en su casa y una gran esfera anillar para representar el movimiento de los planetas. Pero para Ibn Firnás, envidiar a los pájaros era insoportable, necesitaba inventar algo para volar como ellos.
En el año 852, decidió volar lanzándose desde una torre de Córdoba con una enorme lona para amortiguar la caída. Se tiró y sufrió heridas leves, por ello se le considera como el creador del primer paracaídas. No contento con ello, en 875, a los 65 años, se hizo confeccionar unas alas de madera recubiertas de tela de seda. Se lanzó desde otra torre de Córdoba y, aunque el aterrizaje fue desastroso —se rompió las dos piernas—, su vuelo, de unos 12 segundos aproximadamente, fue contemplado por una ingente multitud que él mismo había congregado. Posteriormente comprendió su error: no haber incluido una cola en el artefacto. Sus intentos de vuelo por sus propios medios marcaron los espíritus de la época, incluso la de los siglos venideros… Pero para la mayoría permanece en el olvido.
Un cráter lunar, un aeropuerto iraquí, un centro astronómico, un sello o un puente en la Córdoba moderna recuerdan hoy al genio andalusí, mucho más de lo que otros con semejante currículum tienen, pero demasiado poco para su ingenio.
Hoy Ibn Firnás vuela junto a las aves, y sonríe observando cómo gigantes pájaros de metal surcan los cielos llevando en sus entrañas a cientos de seres humanos, satisfecho por ver que otros consiguieron lo que él soñó. Hoy, el maestro observa toda Al-Andalus en un vuelo eterno… Y sucedió de nuevo en esa tierra olvidada, al sur de Europa… o al norte de África… Qué más da.
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