Paisaje de los sentidos. Imagen
Es la luz y su secreto. Agazapado en el éxtasis del momento, el fotógrafo siente el enigma de la mirada, la sensación de ser observado, que detrás de la aridez, de la sequedad de las rocas, en un tiempo determinado, existe un círculo de entrada a lo desconocido. Defensa para sobrevivir.
La imagen y la palabra dialogan con el paisaje. José Ángel Valente y Manuel Falces hicieron posible La memoria y la luz (1992). Recorrieron cómplices los senderos del interior. Asistieron ambos al mundo de las visiones, entraron en círculos inaccesibles. Simplicidad del aire. El poeta escribió: “Imágenes de imágenes de imágenes. Textos borrados, reescritos, rotos. Signos, figuras, cuerpos, recintos arrastrados por las aguas. Piedras desmoronadas sobre piedras. Lugar que ahora sobrevuela el polvo. Morada sin memoria, ¿quién te tuvo? Tiempo hambriento de ser empotrado en la noche. Siembras palabras y responden ecos, ecos de ecos en la bóveda incierta de la desolación. Dará todo el aire por un grito, la posesión del reino por un solo gemido. Abrieron los augures las entradas del dios y entregaron un cuerpo lacerado a los depredadores”.
Las nubes vigilan la actitud de una palmera y de unos cuantos árboles escuálidos que nunca soñaron con la vejez. Anochece. Para Falces fue un día especial. El cielo se cubrió totalmente de la oscuridad de la gota fría. El arco iris es azul. Hay tres lugares que conformaron el sentimiento del fotógrafo: “Primero fue la playa de las Amoladeras. Tengo de ella recuerdos mágicos. Allí iba de niño. Llegué a encontrarme tortugas gigantes muertas, delfines agonizantes y un águila herida. Son recuerdos de mi niñez. Luego está el Faro, los arrecifes. Recuerdo que el cantante catalán Jaume Sisa me dijo una vez que él nació en un barco cuando pasaba frente al Cabo de Gata. También me ha impresionado Genoveses, todo el valle”.
Encuentros entre la imagen y el poema. Jeanne Chevalier y José Ángel Valente. La fotógrafa suiza encuentra su refugio más buscado en Las Presillas. El resultado es Campo, así en la tierra como en el cielo (1994). “Hay un mundo en vías de desaparición, de costumbres y gentes”, exclama el poeta en un itinerario por el paisaje de la aridez y sus gentes. Del encuentro afirma Valente: “Aquí escribo para la imagen. El poema sale el encuentro de la imagen. Es mi homenaje. Hay un gran arte en estas fotografías, que son un testimonio antropológico de primer orden. Es un mundo que está borrándose, desapareciendo. De ahí la melancolía de estas imágenes”.
Hay razones para el refugio interior en Jeanne Chevalier: “Cabo de Gata fue siempre un sueño tremendo en mi vida. Siempre que estoy fuera y pienso en este paisaje me reconforto. Mi anterior libro, Calas, fue una meditación sobre el paisaje. Campo es el reconocimiento a un pueblo con gente pura, no destruido por la civilización. Por eso estoy aquí, me gusta trabajar donde estoy”.
El pensamiento poético se adentra en la diatriba sobre las razones de un itinerario y la transformación del paisaje, en busca de respuestas a las aspiraciones de las gentes y el futuro. La respuesta de Valente se adentra en la verdad de lo diverso: “El cambio es absolutamente necesario. Sin el cambio no hay vida. Pero una cosa es el cambio y otra la destrucción. Desde el clamor de la cultura hay que levantar voces ante la realidad. Me duele esta degradación”. Rememora la idealización de las palabras: “Ruinas, fósiles, esqueletos de lo que fue morada y donde ya no habita el recuerdo”. Manifiesto de pesares: “Hay una destrucción de la diferencia, se está uniformando la vida. Se borra todo”.
Se huye de los ruidos, del sonido del traje gris de todos los días, de la rutina, del enquistamiento de la vida cotidiana, de la ausencia de sueños. En busca de la escapada al otro lado. En busca de la fascinación. “El desierto es el lugar de la comparecencia de la palabra. Hay que ir al desierto simbólica y realmente. En el desierto, donde no hay ruidos ni exuberancia, es donde el espíritu entra en actitud de escucha. En el desierto, el poeta oye la palabra y deja que el lenguaje hable en él” (Valente, 1999).
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