El destino de ser poeta
La muerte, como se recoge en Algunos lugares de la poesía, publicado con la colaboración del Ministerio de Cultura en 2007, impidió a María Zambrano cumplir uno de sus sueños: recopilar en un libro los escritos, publicados e inéditos, en los que se trataba la relación entre la poesía y la filosofía y la religión y la historia; o lo que es lo mismo, la plasmación práctica de su teoría «la razón poética mediadora» en la obra de poetas consagrados. Se detiene especialmente en algunos integrantes cercanos a ella, y amigos, de la generación del 98 y del 27, como por ejemplo Antonio Machado, Emilio Prados o Federico García Lorca.
A este último, a quien con mucho cariño llamaba «el muchacho de la Vega de Granada», dedicó un profundo análisis desde la pasión irresistible de quien localiza la divinidad misma en la poesía, a la desolación de saberse conocedora de un viaje sin retorno entre la infancia y muerte del poeta-muchacho. Todo estaba en los versos del poeta, escrito como una profecía.
En la presentación que la pensadora realiza de Tres poemas Juveniles de Federico García Lorca, contempla cómo la inmensidad y el universo todo se le dio al poeta cuyo nombre fue tan enseguida conocido a lo largo y ancho de la lengua española. Inmensidad que aflora con el nacimiento de Federico. Para la filosofía zambraniana, el nacimiento es el hecho más importante de la vida, algo continuo e incesante en una especie de eternidad; es cosa que a lo menos en esta cultura occidental se atribuye a una mística, en el caso de que sea aceptada, que entraña un sacrificio continuo. Es precisamente en Lorca donde identifica de forma estricta su noción de nacimiento. Llega a definirlo como poeta de nacimiento, «sin duda alguna en su nacimiento y aún antes de aparecer tan legítimamente y felizmente en este mundo visible, era poeta». Y para explicar el sacrificio de Federico, su apurar de la vida, recurre a uno de los poemas del muchacho:
«Hoy no sé nada,
Mañana quizás pueda
Observar toda la intensidad
De mi corazón».
Ese «quizás» expresa la posibilidad de algo que ya es desde siempre: ser poeta, algo de lo que el muchacho, y más siendo adolescente, tiene que dudar. Para Zambrano, la duda supone la posibilidad/oportunidad de Federico de reconocer su verdadera condición de poeta. Nada se le ahorró a este ser extraordinario. Tenía que ser poeta, confirma la filósofa. Había ya nacido del todo, pero tenía que vivir ese absoluto en la relatividad del tiempo, uno y múltiple. Y así, con sólo cuatro versos, se anuncia todo su vivir.
Dice otro poema de la misma serie:
«En el campo que espera
Los tropeles de almas
Voy cargado de penas
Por el camino solo».
Es en este poema donde María Zambrano aprecia la imposición de ser poeta dramático también. Su teatro no fue un añadido. Era autor dramático y el autor tiene que tomar a su cargo los «tropeles de almas» que quieren existir y ser. Dar vida a otras almas es para Zambrano una obra de Misericordia; así, define al teatro de Lorca como una obra de Misericordia hacia el público, y el hecho de que su última obra en borrador se llame El Público muestra la obediencia del verdadero poeta, que es a la par dar vida y libertad. Libertad porque libera, como dice la pensadora.
Finalmente se centra en el poema Estrella la Gitana, para coger impulso en el verso «negros soles profundos» y hacer de él la expresión más representativa del viaje que Lorca tuvo que realizar antes de morir para volver a nacer, ejercicio ya irrepetible y sin fin. Cuenta Zambrano que a Federico se le dio la facultad de sentir y no sólo ver el negro sol de la noche, como se ve en el poema:
«Estrella la gitana está en su puerta.
Cayó la noche sobre el pueblo oscuro.
Y ella el cielo contempla
Con sus ojos morunos,
Boquetes de la noche,
Negros soles profundos.
La calle sola y blanca».
Podría alguien preguntarse por algo más de lo que estos tres poemas tan chiquititos anuncian de su vida y de su obra. Ellos responden cumplidamente a esta posible interrogación de una manera que hace temblar, sentenciará finalmente.
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